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El día está ensombrecido, oscurecido por unos nubarrones que
anuncian tormenta. El campo de batalla conserva aún la calma, esa falsa calma
previa a una cruenta batalla. A ambos lados del valle están los contendientes,
listos para la demostración inminente de poderío militar.
Al sur, los Knöts.
Y en su avanzada, una numerosa caballería bien armada: con lanzas los jinetes y
duras pecheras y testeras los caballos. Una hilera de infantería equipada con
espadas y escudos, blasones rojiverdes y lanzas en segunda línea. Un buen
número de arqueros en la retaguardia además de varios carros de combate y
grises elefantes armados estratégicamente repartidos entre las líneas de
infantería. Todos se muestran luminosos y resplandecientes con armaduras áureas
y cobrizas laminadas, ricamente decoradas con símbolos geométricos y rosetones
dorados. Vistosas plumas rojas y negras ancladas en hombreras y yelmos
aportaban belleza y color; cuero y pieles pardas asalvajan su aspecto
aportándoles fiereza.
En el centro de todos, en un carro completamente dorado en
forma de cabeza de tigre, se encuentra el rey de los Knöts, Taerkan el bravo,
escoltado por los mejores guerreros de su reino, entre los que se encuentra su
hijo, el príncipe Onar, a lomos de un gran caballo castaño. Taerkan se muestra
envuelto en una bella piel de tigre y oculta sus largos y cenicientos cabellos
bajo un ostentoso yelmo coronado. Mira al norte, con semblante desafiante.
Al norte, los Griundels.
Equipados con armaduras plateadas labradas en tonos azules. Abrigados con ricas
capas azabache rematadas con pieles blancas y grises; yelmos en forma de
cabezas de lobos u osos en los guerreros de mayor rango y pinturas en tonos
azules y negros adornando sus pálidos rostros. En primera línea del batallón se
mezclan jinetes lanceros con un número considerable de carruajes negros
puntiagudos tirados por media docena de lobos en cada uno; tras ellos, la
formación de infantería con alabardas, espadas, escudos y estandartes azules y
negros. En la retaguardia, una extensa línea de arqueros y algunas catapultas.
Próxima a dicha retaguardia, sobre un gran carruaje negro
tirado por dos grandes lobos grises y uno blanco, está la joven y bella Kayra,
reina de los Griundels, con una elaborada armadura en azul cobalto y plata, una
frondosa piel de lobo blanco sobre los hombros y un yelmo con forma draconiana
por el que escapaban sus largos y dorados cabellos. Con los ojos fijos en el
ejército que asoma por el sur, sin dudar de sí, sin dudar de su gente, pero sí
quizás del motivo por el que están allí.
Todo listo para la cruenta lucha, todo menos la verdadera
motivación.
Pueblos enemigos, ambos poderosos. Grandes señores de la
Inanna, la tierra conocida.
Los Knöts son un pueblo cordial y tranquilo, y joven
comparado con el de los Griundels. Cultivan sus tierras, cuidan de sus adorados
caballos, de los que se sienten tan orgullosos que hasta aparecen en su escudo
de armas; y dominan con gran maestría la lanza y la espada. Son gente noble,
que no necesita de grandes riquezas para vivir en paz y armonía. Viven en las
tierras del sureste, en una extensa llanura en las siempre cálidas tierras de
Messut, cercanas al gran río Bolorma y al frondoso y extenso Bosque del Olvido,
llamado así ya que todo el que entra allí parece olvidar el camino de regreso.
Gente recia, de gran fortaleza, pieles atezadas y curtidas,
cabellos en su mayoría oscuros. Altos y fuertes los hombres, bellas y vigorosas
las mujeres. Gente hermosa, buena y gentil.
Podría pensarse que, por contra, los causantes del conflicto
no son otros que los Griundels. Mucho más lejos de la realidad.
Los Griundels son un pueblo también muy apacible. Expertos
en el desarrollo de alquimia y toda clase de aparataje que les facilite las
labores cotidianas, son gente muy sabia y prudente. También son grandes
guerreros, siendo más diestros en el uso de las armas a distancia y grandes
estrategas. Gente de ciencia que no titubea en el fragor de una batalla. Son
serviciales, aunque retraídos por sus costumbres; aún así son una población próspera
que ha sabido aprovechar los escasos recursos de las baldías tierras que les
rodean allá por las fronteras montañosas del noreste de Andor.
Su aspecto es blanco, aterciopelado, sus cabellos son
claros, en general esbeltos y hermosos con un aspecto fruto de la mezcla del
frío hielo de las montañas y la dulzura y delicadeza de la nieve. Siempre
buenos anfitriones de quienes buscan refugio allá en sus bastas y salvajes
tierras.
Para saber el motivo de esta y otras muchas batallas
libradas entre ambos, debemos remontarnos a la Era de la Expansión, era en la
que casi todos los pueblos comenzaron a ampliar sus horizontes.
Antes de esta era, poco se conoce de los pueblos existentes.
Recuerdos perdidos en las brumas del tiempo que dieron lugar, de modo alguno,
al amplio abanico de razas y culturas de la Inanna, tan amplio como extensas
eran sus tierras.
Todo comenzó con los pueblos arcaicos, los que existen desde
que el hombre tiene memoria:
Los Argulhu, en el noroeste, en las montañas de Kiam.
En las tierras de Safira, en el suroeste, cercanas a los
mares más meridionales, se encuentran los Manahí. Es el pueblo de mayor
expansión, extendiéndose incluso más allá de los mares que rodean a la Inanna.
Y por último, el ya mencionado pueblo Griundel.
Con el paso de los siglos, otras civilizaciones surgieron en
las vastas tierras de la Inanna y fueron conquistando territorios hasta formar
cinco grandes reinos más:
Los Krodôs, en la zona más central de la tierra conocida,
Maeva, cercana al bosque Enyd; próximos a las faldas de las montañas de Helos.
Grandes aliados de los Griundels.
Más al sur, en las tierras de Messut, se encontraban los
Kumaij. Y próximos a estos, en las tierras fronterizas al Bosque del Olvido,
estaban los Naëtti. Kumaijs y Naëttis tenían siempre disputas por el dominio de
aquellos territorios salvajes y ricos, debido a su proximidad.
De los Djahos, poco se conoce. Viven en la región más lejana,
allá en las islas del oeste.
Y en las montañas de Helos, en la escarpada frontera norte
de la Inanna, se encontraba el reino de los Martu.
Lo que ocurrió en dicha época marcó un antes y un después en
la historia.
La mayoría de los pueblos ampliaron sus fronteras, creando
en numerosas ocasiones grandes conflictos entre regiones cercanas. Zonas
fronterizas que constantemente cambiaban de regentes, batallas encarnizadas,
trueques y alianzas maritales estaban a la orden del día en esos tiempos.
Mas, hubo un pueblo que no quiso conformarse y el ansia de
poder nubló su razón.
Y aunque las leyendas siempre son dramáticas a la vez que
fantasiosas, no así lo son las que hablan de este pueblo describiéndolo con
toda la veracidad y resistencia posible al paso de las generaciones. De ellos
se dice que son nigromantes, seres despreciables y aterradores que por su codicia
y artes oscuras fueron desterrados más allá de las montañas del norte donde
ningún hombre oriundo de la tierra conocida haya pisado jamás.
Estas leyendas hablan del pueblo de los Martu, pueblo que
guiado por una gran ambición se convirtió en el enemigo común del resto de
habitantes de la Inanna.
Los Martu, liderados por su rey, Bahoz el destructor,
comenzaron a adueñarse de territorios cercanos a su reino, mas no contentos con
ello, conquistaron y sometieron a los pequeños pueblos indómitos y desconocidos
de las generosas tierras del norte del mar Goi, en Maeva, comarca que pasó a
ser un yermo y lúgubre paraje habitado por oscuras y desconocidas criaturas.
Ningún hombre procedente de los grandes reinos volvió a aventurarse por
aquellas tierras a las que tacharon de malditas.
Pronto, el reino Martu, requeriría más poder y le llegó el
turno a las tierras ocupadas por los Krodôs.
Los Krodôs, pueblo pacífico con poco desarrollo
armamentístico y costumbres tribales, eran vistos por los Martu como gentes débiles
y fácilmente doblegables, lo que les permitiría demostrar al resto del mundo su
gran poder y obtener un gran número de esclavos con poco esfuerzo. Y aunque era
bien sabido por todos que los Griundels tenían bajo su protección a los Krodôs,
y estos, como uno de los pueblos arcaicos, disfrutaban de un gran respeto ante
los demás reinos, los Martu no cejaron en su empeño de conquistar y esclavizar
a todo pueblo conocido.
Tras el anochecer de un frío día de otoño, los Martu cayeron
sobre los Krodôs con fiereza. Mas, en contra de lo que el presuntuoso Bahoz
pensaba, estos no se rindieron sin luchar hasta su último aliento, y aunque la
batalla fue breve, pues un pueblo de granjeros no era rival ante un gran
ejército armado, prefirieron caer a doblegarse.
Tan pronto comenzó el ataque, un mensaje informando del
ataque llegó al reino Griundel, pero para cuando llegaron sólo pudieron dar
sepultura a un elevado número de cadáveres.
Rastrearon gran parte de las pequeñas y distantes aldeas que poseían los
Krodôs, pero allá donde iban no encontraban más que muerte y destrucción, y ni
rastro de supervivientes. En cada aldea sitiada un estandarte gigantesco con la
insignia de los Martu daba testimonio de su victoria, vanagloriándose del
sendero de desolación que iban dejando a su paso.
Aquel panorama obligó al pueblo Griundel a movilizar a sus
tropas y a enviar mensajeros a los reinos más cercanos contándoles lo ocurrido
y solicitándoles su apoyo en la batalla contra el enemigo Martu. Pero pocas
fueron las respuestas de respaldo recibidas puesto que muchos pueblos creyeron
culpables de lo ocurrido a los Griundels por no cumplir con su palabra de
proteger a los Krodôs, y hasta se sospechó de una alianza secreta entre Martus
y Griundels para apoderarse de todo el territorio debido a la falta de
intención bélica de los nigromantes contra los norteños.
Griundels se vieron, así, solos en su impotencia.
Como era de esperar, la codicia Martu no se detuvo ahí, y no
dudaron en enfrentarse al reino más cercano, el reino de los Kumaij. Hasta
entonces sus ejércitos eran conocidos por su brutalidad y crueldad, pero
entonces comenzaron a mostrar su parte más tenebrosa y oscura. Hicieron uso de
extrañas criaturas, semejantes a quimeras, en las batallas: grandes y pesados
seres antropomorfos con hachas o grandes espadas mugrosas por brazos,
gigantescos escorpiones con letales aguijones y afiladas tenazas, y colosales
águilas con enormes picos y garras afiladas guiadas por jinetes. Además de
realizar macabros rituales de tortura con todo tipo de malas artes a sus
prisioneros, hicieron uso de extrañas maquinarias tremendamente intrincadas y
mortales para propiciar sus victorias ganándose así el apodo de nigromantes y
devoradores de almas. Aún con todo ello, la conquista del reino Kumaij no fue
tan sencilla como habrían esperado. Siendo un pueblo fuerte y acostumbrado a la
lucha, esta duró muchos y largos días.
A pesar de la rivalidad latente entre Kumaijs y Naëttis,
estos últimos fueron en su auxilio en cuanto tuvieron noticia, probablemente
por temor a ser los siguientes en la cruel conquista Martu. Desde el norte, el
rey Khellen, ancestro de la reina Kayra, mandó sus tropas con la esperanza de
poder enmendar el error cometido y detener el rápido avance de los Martu por la
tierra conocida. Naëttis y Kumaijs defendieron arduamente sus tierras y
Griundels hicieron lo propio en la zona noreste. Y aunque la resistencia fue
intensa, las bajas por parte de Kumaijs y Naëttis eran cuantiosas y los días
pasaban factura a los cansados guerreros.
Cuando ya parecía que todo estaba perdido, llegó apoyo por
el noreste por parte de los Argulhu y de los Manahí, que respondieron a las
múltiples peticiones de auxilio de los Griundels. Ni el temor hacia sus artes
oscuras, ni su gran fuerza militar pudieron contra el furioso ataque de los
cinco pueblos más poderosos de la Inanna, y así, el ejército Martu cayó.
Tras una cruenta lucha, no hubo cantares de gloria ni
alegría. Las bajas fueron tan numerosas que la victoria se vio ensombrecida.
Los afectados Kumaijs y Naëttis, casi
aniquilados, decidieron aliarse y unificarse en un solo pueblo para un pronto
restablecimiento. Formaron una alianza, reforzada por el dolor de las
cuantiosas pérdidas, y de esa unión surgió el pueblo Knöt, pueblo que se
prometió a sí mismo que algo así nunca volvería a suceder.
Los supervivientes Martu huyeron y fueron desterrados más
allá de las montañas de Helos, frontera natural de la Inanna, mas no
satisfechos con esta infranqueable barrera natural, Griundels, grandes maestros
alquimistas e ingenieros, idearon una barrera mágica capaz de contenerlos al
otro lado. Dicha barrera usaba la energía de unos minerales, unos cristales
abundantes en las zonas orientales, de tonos azules y verdes, llamados Etties,
a los que se les atribuían grandes cualidades mágicas.
Una torre coronada por enormes fragmentos de estos cristales
se edificó en cada capital de los cinco reinos, como recordatorio a los caídos
y como señal de alarma: mientras los cristales no iluminasen el cielo, la
barrera seguiría ejerciendo su labor y los Martu continuarían en su destierro.
Aún afligidos por la culpabilidad, los propios Griundels se
proclamaron los guardianes de dicha barrera para mantener la paz de la Inanna y
así recuperar el respeto perdido. Mas su esfuerzo no fue del todo suficiente
para el resto de los reinos, que desconfiaban de los norteños y solo veían afán
de vanagloriarse en sus actos.
Todo esto forma parte de las antiguas leyendas. Muchas
generaciones han pasado y demasiadas cosas se han perdido en el olvido hasta
nuestros días, demasiadas, aunque no las suficientes.
2
-No puedo dejar de pensar que esto podría haberse evitado.
-Por supuesto que podría haberse evitado –responde Kayra al
capitán de su guardia, Kymil, en tono severo.-, pero incluso los reyes debemos
respetar ciertas normas.
La humedad en el ambiente cada vez está más presente hasta
que una tímida lluvia comienza a asentar la arena.
Monarcas y consejeros se reúnen entre ambos ejércitos, cruzan algunas palabras
de rigor y vuelven a sus respectivos bandos, a la espera de la inaplazable
batalla.
En cada batallón se da la orden de avanzar y los
contendientes se encuentran con un estruendoso choque metálico. Espadas contra
espadas, flechas surcando el cielo sin descanso y escudos ejerciendo su buena
función, forman una macabra y acalorada armonía orquestada por gritos de
valentía y dolor.
Batallón tras batallón, la lucha se vuelve más encarnizada y
todos se ven envueltos en ella. Valientes soldados se entregan a la batalla con
pasión y vehemencia, ofreciendo sin reparo sus vidas a la causa. Un escandaloso
color escarlata tiñe la arena, arena en la que descansan las almas de los
bravos guerreros que sucumben bajo el acero enemigo.
Y con intención de acabar con estas costosas contiendas, Kayra
y Taerkan acaban enfrentándose cara a cara.
Sus carros se cruzan a gran velocidad, y mientras que con una mano sujetan las
riendas con las que apremian a las bestias que de ellos tiran, con la otra
blanden las espadas que acaban encontrándose tras su primera arremetida. Debido
a lo infructuoso de su primer contacto, cada monarca hace girar su transporte,
entre el gentío que continúa batallando, dispuestos a un segundo asalto. Esta
vez, cuando está uno casi a la altura del otro, Taerkan propina un astuto y
certero tajo al lobo gris más cercano que tira del carro de la reina Kayra
hiriéndole de gravedad y haciéndole así caer a plomo, y con este a los demás
cánidos, provocando que el carruaje de la norteña caiga de forma estrepitosa
lanzándola por los aires.
A pesar de lo aparatoso de la caída, la joven consigue
ponerse rápidamente en pie, y echa una rauda ojeada a su alrededor en busca de
su enemigo, que ahora comienza a virar lentamente entre los combatientes y
caídos. Acto seguido, oye a su retaguardia un quejido lastimero que la
sobrecoge y al buscar su origen descubre que es el lobo blanco que guiaba su
carruaje que se lamenta al no poder moverse ya que los cuerpos sin vida de sus
compañeros lastran sus intentos de huida. La muchacha, que se compadece de la
noble bestia, se apresura para cortar los correajes que a los cadáveres la
unen. Mientras, el carro del monarca Knöt se les aproxima a gran velocidad. Una
vez queda libre, el lobo blanco sortea con gran celeridad a Kayra y se abalanza
directo, dando un gran salto, sobre el ahora sorprendido Taerkan, al que tira
bruscamente al suelo haciéndole rodar varios metros sobre la arena.
Para cuando el monarca recupera la verticalidad, el lobo se ha perdido de
vista. Entonces, ambos monarcas cruzan miradas, recomponen su actitud
combatiente, se hacen con sendos escudos y espadas, y se lanzan el uno a por el
otro con ferocidad. Las estocadas no cesan y los escudos se interponen
reiteradas veces entre el afilado acero y el fatal destino. Mas la juventud y
el ímpetu de Kayra no son rival para la destreza y experiencia en combate del
viejo monarca, antaño un gran guerrero.
La pugna se muestra así igualada, prometiendo una eternidad.
Knöts y Griundels van cayendo según lo va haciendo el sol,
entretanto Taerkan, Kayra, Onar y su guardia luchan acaloradamente en el
corazón de la batalla. Taerkan asesta hábiles estocadas que Kayra esquiva con
dificultad, bloqueándolas con su escudo y contraatacando con astucia y
celeridad. Dos caballeros Griundels luchan con el fornido príncipe Onar,
diestro guerrero en la lucha cuerpo a cuerpo, que se defiende con un hacha a
cada mano. Y el resto de la guardia lucha entre sí, tratando a su vez de
alcanzar a sus monarcas para así protegerlos.
Tras una certera embestida de la joven, Taerkan tropieza y
pierde el equilibrio cayendo al suelo. Kayra aprieta los dientes ante el
inminente final mientras que Onar corre en auxilio de su padre.
La densa negrura tormentosa es quebrada por potentes y
destellantes rayos que surcan el cielo.
Y nadie en pleno fragor de la batalla se percata de que una
oscura amenaza se cierne sobre ellos.
3
A punto de asestar el que cree que será el golpe final,
Kayra cierra los ojos un segundo y respira hondo.
La hoja baja veloz cortando el aire cuando es interrumpida
por algo que la sujeta con fuerza. La reina abre los ojos sorprendida y bajo su
espada ve a un hombre, o eso le parece ya que su armadura de un brillante color
azabache y las deformidades que tiene en cuerpo y rostro la confunden. Durante
unos instantes no es capaz de reaccionar, momento que el deforme guerrero
aprovecha para arrebatarle la espada, emitir un agudo y espeluznante chillido y
propinarle un duro golpe en la cabeza que le hace caer sin sentido.
Entretanto, Taerkan consigue ponerse nuevamente en pie
mientras varias de estas criaturas deformes lo rodean. Aparecen desde todos los
flancos, y aunque el confuso rey lucha y derriba a cuantos puede, su número va
en aumento. Onar, que había acudido en auxilio de su padre, se topa de bruces
con un par de estos guerreros oscuros a los que derriba de un solo golpe, sin
embargo, prontamente más aparecen y se le echan encima de nuevo.
Una marea de negras criaturas cae precipitadamente sobre el
campo de batalla arrasando con todo a su paso, dejando tras de sí una estela de
silencio únicamente rota por una salva de agudos y desgarradores gritos.
“Cucarachas es lo que son”, piensa Taerkan.
La original batalla entre ambos reinos por conflictos
territoriales se torna una lucha por la supervivencia en la que dichos bandos
se enfrentan codo con codo a este misterioso ejército, mas, para su desgracia,
les superan sobradamente en número.
Son muchos y muy resistentes, pues por más que los derriban,
vuelven a ponerse en pie a los pocos minutos, resistiéndose a morir.
A esto se le unen las extrañas y monstruosas criaturas que les acompañan;
bestias desconocidas para los hombres de la Inanna. Grandes lobos de aspecto
siniestro y raquítico con afiladas garras de acero corretean acuchillando y
desgarrando todo cuerpo enemigo que se cruza en su camino; gigantes con grandes
martillos y fuertes corazas toscamente cosidas a la piel lanzan cuerpos por los
aires y aplastan a todo hombre cercano impunemente; muchas enormes águilas en
tonos grises y verdes montadas por pequeños arqueros descargan flechas de forma
armoniosa e incesante; y una variedad extensa de criaturas en forma de insectos
grotescos aguijonean y envenenan a diestro y siniestro.
Kayra despierta entre el ruido de pisotones y forcejeos.
Durante unos segundos no recuerda dónde está hasta que ve a
Taerkan y a Kimyl luchar espalda contra espalda a varios metros de ella. Sigue
viva, todos pensaban que estaba muerta y por eso sigue con vida. Trata de
levantarse cuando las nauseas y vértigos la atacan debido al fuerte golpe en la
cabeza, aun así lo hace justo a tiempo para, instintivamente, agarrar un escudo
y resguardarse de una pequeña descarga de flechas procedentes del cielo. No
tiene tiempo de detenerse para ver el daño en su cabeza aunque nota el calor de
la sangre en su yelmo. Vuelve a mirar hacia Taerkan y busca a Onar que, junto
con varios caballeros de ambas guardias, sigue derribando de forma brutal los
tropeles que se le aproximan. La confusión es tal que ninguno se plantea nada
salvo sobrevivir a aquella pesadilla.
Entre la extensa oscuridad se divisa un relámpago blanco que
corre de forma acalorada hacia Kayra. Este la sortea en el último instante y
ataca a todo cuanto está a su espalda para acabar emitiendo un amenazante
gruñido. El rayo blanco no es otro que Weibern, el lobo blanco que lideraba el
carro de Kayra, su poderosa mascota. Con el respaldo del gran lobo blanco,
Kayra reúne fuerzas para volver a blandir una espada y se abre paso lentamente
hasta su guardia para ayudarlos en su lucha. Pero, a falta de unos metros,
Kimyl es mortalmente herido.
El capitán de la guardia real Griundel clava las rodillas en la arena y espira
su último aliento no sin antes reunir sus restantes fuerzas para atravesar el
pecho de su asesino.
La escena sobrecoge a la joven reina que siente cómo se le detiene el corazón
por unos segundos para luego ser poseída por una cólera desmedida. De forma
frenética dirige su dolor sobre toda armadura negra que tiene a su alcance,
derribando enemigo tras enemigo sin mayor reparo.
Las tropas se van replegando poco a poco. Tienen que huir
pues las bajas son muy cuantiosas y el enemigo sigue siendo numeroso. Se ordena la retirada inmediata, y es en ese
instante en el que uno de los gigantes, el mayor de todos, aparece de entre la
polvareda y camina decidido hacia Taerkan. Sin que a nadie le dé tiempo a
reaccionar, el gigante asesta un fuerte golpe con su martillo al monarca
lanzándole varios metros por el aire, rompiéndole el brazo y deshaciéndose así
de su escudo. No contento con eso, antes de que el cuerpo del monarca toque
tierra, corre hacia él para rematar el trabajo.
El martillo baja a toda velocidad buscando la cabeza del
malherido rey cuando un escudo se interpone en su trayectoria absorbiendo el
pesado golpe. Bajo el escudo, Kayra resiste con todas sus fuerzas. Un impacto,
otro y hasta un tercero consigue soportar su ya extenuado cuerpo. De inmediato,
varios hombres se echan sobre el gigante, incluido Onar que acaba de presenciar
la escena y su rabia se ha desbocado. Entre todos reducen al gigante y siguen
lidiando con los pocos enemigos que quedan en el centro del círculo que van
formando.
Kayra, agotada y aturdida, suelta el abollado escudo y cae desplomada.
Las líneas se cierran aún más y la posibilidad de huir se
atisba, de huir hacia el reino más cercano, el reino Knöt. Varios guerreros
ayudan a Taerkan a ponerse en pie mientras que Onar, aunque titubea unos
segundos, se echa a los brazos a la maltrecha Kayra y comienza a correr en
dirección a su reino. Weibern que les acompaña a toda velocidad, va
despejándoles el camino mientras que algunos soldados, pocos jinetes y varios
arqueros detienen el avance de la marea negra.
Pocos metros de carrera después, son recogidos por un
carruaje que les lleva, junto con todos los supervivientes que huyen como mejor
pueden, a la ciudad más cercana, a la antigua ciudad amurallada de Kanbas,
construida por los Naëtti hace eras y restaurada por los Knöts. Ciudad de altas
y gruesas murallas donde podrán resguardarse y reorganizar sus defensas.
4
Tras un sueño agitado repleto de retorcidas y horripilantes
sombras, Kayra despierta al fin.
Cuando echa un
vistazo a su alrededor, descubre que no reconoce lo que le rodea. Tumbada sobre
una cama con suaves sábanas de seda blanca, envuelta por numerosos doseles de
colores cálidos, cae en la cuenta de que las pesadillas que la han atormentado
en sueños, no eran obra de su imaginación, y eso la estremece.
De pronto Weibern salta a la enorme cama, excitado y
contento al ver que su ama está al fin despierta. Con total delicadeza, aun
para su gran tamaño, se acurruca en el costado de la joven y produce un sonido
similar a un ronroneo cuando esta lo acaricia. En ese instante, una rápida
imagen cruza la mente de Kayra, turbándola.
Ve claramente a Kimyl, jefe de su guardia y amigo leal, de
espaldas, clavando sus rodillas en la arena, atravesado por una espada. También
vislumbra retazos de la cruenta batalla llevada a cabo con esos seres oscuros,
como si de fogonazos se tratase. Se estremece de nuevo y tiembla al recordar el
pánico que se apoderó de todos ante la aparición de ese extraño ejército negro,
pánico que les dejó fuera de juego el tiempo suficiente para que les ganasen
terreno de forma desmedida.
El ejército negro, esa marea de seres oscuros y deformes que
les cogieron por sorpresa y arrasaron con todo a su paso.
Quiénes serían esas criaturas, de dónde vendrían y cómo un ejército tan grande
se aproximó sin hacer saltar las voces de alarma. Entre esa tormenta de
pensamientos, Kayra vislumbra a su padre que le cuenta de niña la historia de
los Martu, el pueblo desterrado generaciones atrás por su ansia de poder y
gloria; durante un segundo, la sangre se le congela, pero niega agitando la
cabeza, alejando esa idea de su mente. Es un atenazante dolor de cabeza el
encargado de cortar toda reflexión, por lo que la joven decide levantarse de
una vez de la cama.
Se incorpora con
extremo cuidado, pues está dolorida y cubierta por múltiples vendajes, y se
aproxima a un espejo que encuentra a pocos pasos de la cama. Observa
detenidamente su reflejo en él y, salvo por una leve cojera, el fuerte dolor de
cabeza y algunos rasguños y moretones, está bien; está viva. La han lavado y
vestido con una rica túnica en color amarillo pálido y un fajín con
incrustaciones en oro y plata. Lleva su generosa melena casi suelta, salvo por
una labrada trenza que rodea su cabeza a modo de corona. Tiene que reconocer
que, con sus dorados cabellos y con la luz que desprenden sus ropajes, tiene un
aspecto espectral, casi divino.
Se detiene unos minutos a observar con curiosidad la
desconocida estancia: techos altos y abovedados con exquisitos acabados,
paredes con hermosas inscripciones en una lengua desconocida para Kayra (“Debe
de ser messinio, lengua madre de las gentes de Messut”, piensa) y puertas
rematadas con hermosos arcos, y todo ello decorado con una ostentosa
ornamentación en tonos dorados y colores cálidos que le otorgan un ambiente
agradable y acogedor.
Lo que ve la fascina.
Entonces sus oídos captan el murmullo de agua fluyendo y se
percata de que al otro lado de la sala hay otro arco cubierto por velos y
cortinajes livianos que flotan vaporosamente. Sin dudarlo ni un segundo se
dirige hacia el relajante sonido para descubrir un amplio balcón que da a parar
a un gran patio interno lleno de zonas ajardinadas, estanques y fuentes donde
el agua emana y corre sin descanso.
Queda totalmente maravillada por la imagen y se permite
olvidar durante unos segundos la razón de estar en ese exótico lugar.
La fantasía toca su fin bruscamente cuando llaman a la
puerta. Antes de que pueda alcanzarla, esta se abre y tras de sí aparece un
joven alto y bien parecido, de largos y pajizos cabellos que abre sus azulinos
ojos de par en par en cuanto ve a la joven reina en pie. Es Ahren, consejero
real de la corona Griundel.
-Lamento haber entrado así, alteza –dice sorprendido-. No
sabía que estabais ya despierta y como al llamar no contestabais…
-No os disculpéis, es grato ver una cara conocida tras tanta
tragedia –le dice mientras esboza una cálida pero escueta sonrisa.
-Precisamente por eso venía, mi señora, a informaros de que
el rey Taerkan ansía tener una audiencia con vos lo antes posible para tratar
acerca de lo acontecido el pasado día.
-¿El pasado día? Por los dioses, ¿cuánto tiempo he estado en
cama?
-Día y medio, mi señora.
-¡Maldita sea! –se lamenta furiosa consigo misma, y añade con
autoridad tras unos segundos -: Informad de mi recuperación, decidle al rey
Taerkan que iré enseguida. Tenemos muchos puntos a tratar hoy y el tiempo
apremia.
Ahren asiente, hace una reverencia y gira sobre sus talones
para salir velozmente de la estancia cerrando tras de sí.
Y el silencio vuelve a inundar el ambiente.
Kayra mira con gravedad su reflejo en el espejo, respira
profundamente con pesar y abandona también la habitación.
La luz de la mañana entra suavemente por los amplios
ventanales, iluminando el lúgubre semblante del rey Taerkan. En la sala, además
del monarca Knöt, se encuentran parte de su consejo de sabios, algunos altos
rangos de los ejércitos tanto Knöts como Girundels, el príncipe Onar y el
consejero Ahren que esperan a la reina Griundel. Las puertas de la sala del
trono se abren y la joven aparece tras ellas, cruza solemne la sala y se planta
delante del trono del rey Knöt. Ambos se miran fijamente unos segundos antes de
que ella haga una leve reverencia y él un sutil gesto de aprobación.
Su brazo izquierdo está inmovilizado por una fractura y, salvo por unos grandes
cardenales en diversas partes de su cuerpo y algunas magulladuras, luce sano.
-Mi señor -comienza a decir uno de sus consejeros-, la
situación es…
-Estuve en el campo de batalla –le interrumpe con
brusquedad. Su voz es vigorosa e imponente-, no creo que sepáis mejor que yo
cómo están las cosas ahí fuera. ¿Sabemos al menos a quién nos
enfrentamos?-pregunta al resto de su consejo.
-No, mi señor –responde uno de ellos algo temeroso-. Pero
por la descripción que habéis dado, todo apunta a que “los desterrados” han
vuelto –finaliza con renovado temor hacia la reacción que sus palabras
provoquen en su rey.
-¡Eso es imposible! –grita este, dando un golpe tan fuerte
con la mano sana en el reposabrazos del trono que hasta los grifos tallados en
él parecen sobresaltados-. Fueron desterrados más allá de las montañas de Helos
y hasta que las piedras no brillen en el cielo, allí deberán seguir.
-Mas el mal tiene muchas formas de liberarse de sus cadenas
–comenta el más anciano de los consejeros. Un hombre menudo de espesas cejas
blancas que casi ocultan sus ojos y completamente calvo. Se aprecia un claro
tono de acusación en su intervención.
Los agudos ojos verdes del rey se clavan sobre el anciano
dirigiéndoles una mirada de desprecio sin dejar de acariciarse con cierto
nerviosismo la canosa barba que le recubre gran parte del rostro.
Como todos sabían en la Inanna, tras las guerras oscuras de
siglos atrás donde muchos pueblos se vieron sumidos en el caos, y hasta
aniquilados por la aplastante fuerza Martu, en las grandes ciudades de cada
reino se elevaron altas torres coronadas por Etties, cristales a los que se les
atribuían grandes cualidades mágicas. Dichas torres estaban vinculadas al campo
de fuerza que ejercía de barrera entre los Martu y el resto de la tierra
conocida.
Según las leyendas, el día que el destierro de los Martu
llegase a su fin, estos se iluminarían advirtiendo a cada reino del peligro
inminente.
-No tenemos noticias provenientes de Abir de que la gema
haya brillado en algún momento, mi señor –dice al fin el jefe de la guardia
real Knöt. Abir es la gran ciudadela construida tras la unión de los reinos
Kumaij y Naëtti al sur, al otro lado del río Bolorma; es la principal
residencia de la familia real y poseedora de una de las torres coronadas.
De repente, las puertas se abren y un muchacho con la cara
desencajada entra, pasa por delante de Kayra a toda prisa, se arrodilla a pocos
metros de Taerkan y extiende los brazos dejando ver que lleva un pequeño
pergamino enrollado en sus manos.
-Noticias urgentes desde Abir, excelencia–dice entre
contenidos jadeos por la carrera.
De repente, la sala se sume en un silencio sepulcral. Nada
se oye, ni siquiera la respiración de los presentes, que parecen contenerla y
enmudecer al oír las palabras del muchacho. Con el rostro casi del color de sus
cenicientos cabellos, Taerkan indica al chico que le dé el manuscrito. Y su
expresión no mejora tras leer lo que en él pone.
-La piedra –dice pesada y lentamente con la vista perdida-,
está brillando.
5
Conmocionados por la noticia, ninguno se atreve a hablar
durante unos minutos.
La idea de que los grandes destructores del pasado, los que
a sus antepasados tanto costó vencer y desterrar, hayan vuelto, les paraliza.
-¡Esto es todo culpa vuestra! –grita el anciano del consejo,
señalando con su huesudo dedo a la joven reina-. Vosotros sois los encargados
de vigilar la barrera, de mantenernos a todos a salvo. Habéis descuidado
vuestra labor y aquí tenemos el resultado. ¡Pronto estaremos todos perdidos!
–mal augura con angustia.
Acto seguido, todos los ojos se clavan en Kayra, que hasta
el momento no se ha pronunciado.
Sabe que debe ser astuta para lidiar con esa acusación ya que está en clara
desventaja. Mira de reojo a Ahren, que se muestra aparentemente calmado pero que
oculta con su capa la mano que tiene sobre la empuñadura de su espada; asiente
sutilmente a su reina. Sólo necesita un mínimo gesto de orden o que alguien
haga el ademán de alzar un arma contra ella para entrar en acción.
Eso la tranquiliza.
-No tengo por qué justificarme ante tal acusación, anciano
–responde desafiando con sus aceitunados ojos al consejo-. La barrera ha sido
vigilada y cuidada por mi gente generación tras generación, aun cuando todos
creían que las antiguas leyendas no eran más que fantasías y cuentos de cuna
para nuestros niños. Tan seguros habéis estado que hasta habéis olvidado lo que
fue real de lo que no, tan seguros, que ningún pueblo se ha molestado en armarse
y prepararse ante lo peor; incluso mi pueblo parece haber olvidado parte de su
legado. Y todos sabíamos que lo peor llegaría.
-Suponíamos que estábamos seguros–una voz grave surge a
espaldas del rey, tras el trono. No es otra que la del príncipe Onar, que había
pasado desapercibido todo este tiempo-. ¿Por qué íbamos a tener que prepararnos
ante algo que se nos aseguró que estaba bajo control?
-Porque hasta las maquinarias más perfectas pueden fallar,
mi señor –responde Kayra, casi sin mirarle.
Los murmullos se acrecientan a su alrededor, todos se
cuestionan las palabras que acaban de oír con tonos sibilantes y rostros de
desaprobación.
La joven sabe que les ha dado el motivo perfecto para aumentar la habitual
desconfianza hacia su gente, pero no podía seguir ocultando lo evidente. Aun
cuando juró que nunca revelaría los secretos acerca de la barrera y su funcionamiento,
sabe que es la única forma de enmedar el error cometido y conseguir su apoyo.
Ya era hora de que todos supieran a qué se estaban
enfrentando.
-Ilústrenos, mi señora –le exige con voz queda Taerkan.
Kayra mira a su alrededor, buscando los rostros de su gente.
Agacha levemente la cabeza y toma aire mientras, en sus adentros, pide perdón a
todos sus antecesores por no cumplir con su palabra.
-Como bien sabéis, la barrera fue creada especialmente para
luchar contra el reino oscuro, no afectándonos al resto de pueblos de la tierra
conocida. Apenas es visible a nuestros ojos. No es más que un campo de fuerza
que evita que la progenie Martu penetre en la tierra conocida. Esto es gracias
a los etties, cristales muy poderosos que, con el uso adecuado, obedecen y
memorizan sortilegios por toda la eternidad. Y así creíamos que sería. Por ello
se construyó un templo oculto en las montañas de Helos donde se custodia la
compleja fuente principal de energía de la barrera que ha sido cuidada y
protegida generación tras generación. Sin embargo, varias décadas atrás,
observamos que la Móedir Ljós, como mi pueblo llama a la fuente madre de la
barrera, se debilitaba poco a poco inexplicablemente.
>>Varias veces aprovecharon esa debilidad los Martu,
que en reiteradas ocasiones intentaron cruzar la barrera por las montañas
cercanas a nuestras tierras y hasta intentaron atacar el templo secreto y así
destruir por completo la frontera mágica; mas rechazamos una y otra vez sus
tentativas. Incluso nos vimos obligados a proteger con sortilegios al mismísimo
templo. No obstante, debíamos solucionar la pérdida de fuerza de la barrera no
sólo por nuestro bien, sino por el de todos los reinos que confiaban en su
eficiente labor. Descubrimos con el tiempo que administrando grandes dosis del
susodicho cristal podíamos mantener la barrera durante algunos años, tras los
cuales debería suministrarse una nueva cantidad de cristal.
-¿Es por eso que invadisteis nuestro reino, para usar el
cristal de nuestras minas? –la interrumpe súbitamente Taerkan.
La acusación es tan tajante que Kayra se bloquea durante
unos segundos. El conflicto entre Knöts y Griundels siempre había sido una
lucha por el territorio fronterizo, disputa que se había recrudecido en los
últimos años. Ya no había vuelta atrás, el motivo de trifulca entre ambos
reinos había sido relegado por el regreso de los desterrados, pero, aun con
todo, debía responder por sus actos y ya no había razón para ocultar nada;
ahora lo único que importaba era solucionar cuanto antes esta preocupante
situación.
-Nuestras minas eran abundantes y numerosas, pero gracias a
la explotación indiscriminada para su utilización en todo tipo de maquinarias y
sortilegios siglos atrás, cuando se confiaba en la perfección de la barrera,
hemos heredado una tierra marchita. No nos quedó más remedio que buscar en las
minas fronterizas entre nuestros reinos. No era más que una medida provisional
entretanto estudiábamos otras soluciones.
-¿Y no creéis que hubiésemos colaborado con vuestra causa de
haberla sabido? –pregunta Onar irritado.
-Hice una promesa, mi señor –responde, cruzando al fin sus
miradas-. Y como todo noble corazón, debéis saber que por muy en desacuerdo que
estuviese, o por muy justificada que estuviese la causa de romper mi palabra,
jamás lo haría –mientras termina la frase, sus ojos toman un brillo especial-.
Prometí, al igual que todos mis antepasados, mantener en secreto todo lo
concerniente al sortilegio que nos ha estado protegiendo hasta ahora, y he
intentado cumplir por todos los medios con mi palabra, haya obrado bien o no.
Se hace un breve silencio. Todos sopesan la situación. Todos
sienten una gran incertidumbre al no saber qué hacer para solucionarla y el
pánico comienza a hacerse latente.
-Lo hecho–interrumpe el silencio Taerkan-, hecho está. Ya no podemos cambiar nada de lo
acontecido, mas nuestro enemigo continúa a las puertas de Kanbas y debemos
hacer algo inmediatamente. Enviad mensajes al resto del reino y a todos los
reinos de la Inanna informando de nuestra situación y solicitándoles todo apoyo
que puedan enviarnos, ¡urgentemente! –ordena, y el joven emisario sale de la
sala como alma que lleva el diablo. El monarca prosigue:- Alker, Adem, Kihva –y
tres hombres salen de entre las filas Knöts para acabar arrodillados ante su
señor-. Advertid a vuestras ciudades, pedidles que nos envíen todo el alimento
que puedan sin que a ellos les falte de nada. Que refuercen la guardia; como si
cada mujer o niño debe blandir una espada. Estamos en estado de alerta máxima.
Los tres hombres se ponen en pie y salen también raudos de
la estancia.
-Y ahora la cuestión es –continua el monarca, dirigiéndose a
Kayra-, ¿cómo podemos enfrentarnos a ellos ya que no contamos con la protección
de la barrera?
-Usando el hechizo que poseen los cristales para acabar de
una vez por todas con los nigromantes–le responde esta con una pícara sonrisa.
6
-¿A qué os referís con usar los cristales? –pregunta el jefe
de la guardia Knöt algo atónito e intrigado.
-A que podemos usar el poder de las piedras para equilibrar
la balanza y, con suerte, para librarnos de una vez por todas de esta
pesadilla. El hechizo que posee la fuente madre de la barrera puede sernos de
utilidad todavía, solo necesitamos alterarlo.
Era claro y conciso. Podrían plantar cara al ejército Martu,
y no sólo eso, podrían eliminar a toda su lamentable estirpe.
Voces de incredulidad se elevan en la sala.
-¿Y cómo se podría conseguir? –pregunta Onar con curiosidad,
y el resto vuelven a guardar silencio expectantes.
-Sobrecargando el origen de la barrera, sobrecargando la
fuente de poder principal allá en el templo de las grandes montañas. Es
arriesgado, pero es la mejor opción. La barrera fue creada a partir de la
poderosa sangre de su entonces líder, Bahoz el destructor. La sangre Martu está
corrompida por el ocultismo y las artes oscuras que dominan, y su poder
proviene de su sangre. El hechizo de la barrera afecta sólo a los que mantienen
lazos sanguíneos con ellos y a todos los influidos por su perverso poder. Si
sobrecargamos la barrera conseguiremos neutralizarles. Sólo y exclusivamente su
poder, sin que nos afecte al resto.
Los allí presentes quedan perplejos ante la idea. Sin sus
artes oscuras, los Martu no eran más que otro ejercito cualquiera al que era
posible vencer.
-Apenas pudimos contener al enemigo el pasado día en el
campo de batalla, ¿qué os hace pensar que podremos atravesar sus líneas, cruzar
Messut hasta el peligroso bosque de Enyd y llegar a las montañas? Eso sin
mencionar las inhóspitas tierras que rodean al mar Goi y los parajes malditos
de Maeva -interrumpe uno de los generales Knöt-. Es una locura, ni aun uniendo
ambos ejércitos llegaríamos a los lindes del bosque.
-Un ejército no, pero un pequeño grupo podría pasar más
desapercibido –interviene Taerkan. Ambos monarcas cruzan miradas de complicidad
por unos segundos. Taerkan había comprendido lo que Kayra pretendía, incluso
con el desprecio ancestral entre ambos reinos, no diferían tanto sus
estrategias militares y su pasión por defender a toda costa sus respectivos
reinos; su honor-. Os proporcionaré a varios de mis mejores soldados si así lo
requerís.
-Pero mi señor-le interrumpe el jefe de su guardia-,
necesitamos a todos los soldados disponibles aquí, para defender nuestras
murallas hasta que vengan refuerzos.
-¿Refuerzos?, ningún soldado será trasladado sin que
tengamos idea de cuál será el siguiente paso de nuestro enemigo, y nadie
abandonará Abir hasta que no sea estrictamente necesario. Es nuestro último
baluarte y si caemos aquí, necesitaremos defenderlo a toda costa –contesta tajante
el rey-.De todas formas, no podemos estar aquí sentados esperando una ayuda que
puede que nunca llegue.
-¿Qué os asegura que esta Griundel, por mucha sangre real
que posea, os está contando la verdad, mi señor? –comenta con tono sibilante el
anciano del consejo-. Podría tratarse todo de una vil estratagema para dejarnos
sin nuestros mejores guerreros y, una vez indefensos, mostrar sus verdaderas
intenciones.
-Mi pueblo y yo estamos tan atrapados aquí como lo estáis
vos, anciano. El resto de mis hombres se quedarán en Kanbas luchando para
defenderos a vos y al resto; permanecerán a la espera de noticias provenientes
de mi reino, al que se le enviarán órdenes inmediatas de acudir en vuestro
auxilio para frenar esta hecatombe –responde Kayra con aire desafiante tras tal
acusación-. Además, la comitiva sólo requerirá de dos o tres de vuestros
hombres más valientes, mi señor-continua, mirando al rey ya con tono más
relajado.
-Pero eso no prueba nada, mi señor –replica el consejero.
-¡Es suficiente, anciano! –ordena Onar, y el anciano
consejero agacha la cabeza con una mueca de desprecio camuflada con
servidumbre. El joven príncipe, mirando a Kayra, prosigue -: Elegid bien a
vuestros hombres, yo personalmente me encargaré de escoger a los nuestros.
Partirán tan pronto como sea posible.
-Partiremos, querréis decir –contesta Kayra.
Nota la cara de asombro de los allí reunidos. Nadie habría
pensado que ella se incluiría en esta arriesgada misión. Incluso Ahren se
encuentra perplejo ante esta tesitura.
-Pero, mi señora… -musita.
-No hay nada que discutir, Ahren –interrumpe ella alzando la
mano pidiendo así a su consejero que guarde silencio-. Soy la única persona que
conoce los secretos del templo y la única que puede manipular el hechizo. Es mi
deber y no hay nada que me haga cambiar de opinión.
-¡Pero es demasiado peligroso! –replica Ahren, sin poder
contenerse-. ¿Qué será del reino si os sucediese algo?, ¿qué sería de vuestro
pueblo?
-Confío en que sabréis tomar las riendas del reino y
recurrir a los antiguos escritos para buscarme un sucesor, si algo terrible me
sucediese –le responde con una suave pincelada de ternura en la voz-. Confío
plenamente en vos. Pero debo hacerlo, no hay más que hablar.
Durante unos segundos los allí presentes se sumergen en un
silencio denso, apesadumbrado y consternado. Era evidente que necesitaban una
solución y que el plan que proponía Kayra, aunque arriesgado y temerario, era
una opción. Sin noticia alguna de los demás reinos, resistir todo lo posible en
Kanbas y rezar porque el loco plan de la reina Griundel funcionase era la mejor
opción.
Era la única opción.
-En ese caso yo os acompañaré –dice de repente Onar
rompiendo el solemne silencio; luego camina hacia la reina. Cuando está frente
a esta, hace una reverencia y le tiende su espada en señal de ofrecimiento.
Kayra titubea, vacila unos segundos esperando la réplica del rey Knöt, que
llega enseguida.
-¡De ningún modo, hijo mío! –dice Taerkan poniéndose en pie,
iracundo-. Eres el heredero de mi reino, no puedo permitir que te marches sin
más y arriesgues tu vida de este modo.
-No os pido permiso para esto, padre.
-No, rotundamente no. Si vas a tan arriesgada odisea será
sin mi aprobación. Sin mi protección –sentencia el monarca clavando una dura
mirada en su hijo; los intensos ojos verdes de ambos se retan durante largo
rato y la tensión se acrecienta.
-Me arriesgaré a ello –responde al fin con convicción el
joven-, me conocéis lo suficiente como para saber que perdéis el tiempo
tratando de convencerme de lo contrario. La misión será larga y peligrosa y la
reina Kayra requerirá de experimentados guerreros. Sabéis que soy diestro en la
lucha y perfectamente capaz de cuidar de mí mismo. Conozco estas tierras mejor
que la mayoría y no podría estar aquí tranquilo esperando refuerzos que puede
que nunca lleguen o que la misión fracase y no haber hecho nada para remediarlo
por haber tenido miedo de lo que me deparará el destino. Mi destino, padre, es
este.
Onar vuelve a tender su espada a la reina Griundel y esta,
finalmente, coloca suavemente su mano sobre la hoja aceptando así el
ofrecimiento del muchacho.
-¿Estáis seguro de que no hay una mejor opción, padre?, es
un largo viaje…
-Desde luego que no hay mejor opción –responde el rey
Valerio, señor de los Manahí, a su hijo-, es nuestro deber apoyar a nuestros
aliados los Knöts ante la amenaza de los desterrados. Debemos partir lo antes
posible en su auxilio. Son un reino fuerte al que nos conviene mantenernos
unidos, hijo mío.
Valerio y su hijo Paulo discuten mientras cruzan escoltados
un largo pasillo de piedra al final del cual les espera un carruaje que les
llevará a las naves con las que zarparán rumbo a tierras de Messut.
7
Todo son caras de preocupación en el amplio salón. Tres de
los grandes señores del reino Knöt, generales de alto rango, y dos por parte de
los Griundels, no pueden ocultar el temor en sus rostros ante tan desalentadora
situación. Bajo sus ojos, tallado en una enorme mesa, se encuentra un detallado
mapa de la Inanna en el cual uno de los generales Knöt señala, con ayuda de una
fina barra de acero, su posición en este y varios profieren una sarta de
reproches. Discuten acaloradamente una estrategia a seguir para defender la
ciudadela mientras el rey Taerkan preside la mesa sentado en un gran sillón,
pensativo.
-No debe ser nuestra la iniciativa en el combate, tenemos
una altas murallas que nos ayudarán a aguantar aquí y a soportar ataque tras
ataque hasta que lleguen refuerzos de los demás reinos –opina uno de los
generales Knöt, y varios de los contertulios presentes convienen con la idea.
-¿Qué proponéis –le replica otro-, que nos quedemos aquí
encerrados cobardemente e ir muriendo poco a poco sea a manos de esos asesinos
o sea de hambre? Hasta las numerosas riquezas de Kanbas tienen su límite, ¡y
por designios del destino, el número de habitantes de la ciudad casi se ha
triplicado!
-¿Y qué proponéis entonces vos que hagamos, general?
–responde el primero-. Ya visteis con vuestros propios ojos lo que pasó en el
campo de batalla. Nos superan sobradamente en número, aun confraternizados con
los Griundels –dice mirando a uno de los generales Griundel.
-Hemos enviado órdenes para que el resto de nuestro ejército
acuda en nuestro auxilio –contesta este apurado-, mas aún no hemos recibido
respuesta alguna.
-Mayor motivo para que resistamos cuanto podamos aquí.
Esperar refuerzos es la elección más acertada.
Debaten sin cesar entre ellos sobre cuál sería la mejor
estrategia, mientras Taerkan se haya totalmente abstraído en sus pensamientos.
Piensa en el campo de batalla, en cómo los Martu aplastaron casi sin esfuerzo a
ambos ejércitos, y piensa en su hijo, al que pronto verá marchar a una misión
incierta y arriesgada; y un acongojante dolor le inunda el pecho. Debía
protegerlo aun cuando marcharía en contra de su voluntad, pero también debía
hacer todo lo que estuviese en su mano para mantener a salvo a su pueblo.
El plan trazado por la reina Kayra era partir de inmediato
hacia tierras salvajes y bordear las costas del sur central de la Inanna, para
así evitar a las fuerzas enemigas. Aprovechar el reducido tamaño del grupo para
pasar inadvertidos, tanto para estos como para las peligrosas tribus de esas
tierras, y así culminar la misión lo más prestamente posible. Un plan
aparentemente sencillo, pero lleno de acechantes peligros.
Pocos son los valientes que han viajado a tierras salvajes y
han regresado para contarlo; varios son los reyes que han intentado conquistar
estas tierras sin éxito, y tenebrosas son las historias que se cuentan sobre
algunas de esas tribus. Historias sobre canibalismo, sobre ritos religiosos
donde se sacrifican humanos, sobre bestias inimaginables y mortíferas.
Historias que desasosiegan al monarca. Su hijo, su heredero y único hijo varón,
partía voluntario a una muerte segura sin que pudiese remediarlo.
-Lo más recomendable es mantener Kanbas –continua uno de los
generales Knöt, cuando Taerkan abandona sus pensamientos-. Es una ciudad fuerte
y, ya que no podemos vencerlos en campo abierto, les atraeremos hacia nosotros
cuantas veces sea necesario y así mermaremos sus fuerzas.
Las palabras del general hacen que una súbita idea surja en
la mente del monarca, inundándola.
Podía proteger a su reino y mantener a salvo a su hijo al
mismo tiempo. Solo necesitaba mantener la atención de los Martu fija en su
contienda cuanto fuese posible. Retarlos a invadir y chocar con las murallas de
Kanbas no sólo era la mejor estrategia defensiva, sino que era una forma de
garantizar un poco de seguridad a la compañía. Lo que sucediese en tierras salvajes
quedaba totalmente fuera de su alcance, pero sí que podía desviar la atención
del enemigo y contribuir a la causa.
Estaba decidido.
-Resistiremos aquí el tiempo que las defensas nos permitan y
esperaremos respuesta del resto de reinos –les interrumpe súbitamente el
monarca poniéndose en pie; y todos enmudecen-. Mantendremos sus ojos puestos en
nuestras murallas todo el tiempo que sea posible. Seremos la espina en su
costado. Nos convertiremos en su obsesión.
Los pájaros cantan alegremente ajenos a todo mal. Felices
juguetean entre las flores y se bañan en las fuentes. El sol reluce en los
dorados cabellos de Kayra y Ahren que pasean por los hermosos jardines internos
de palacio con semblante severo.
-Sé que no queréis que os suplique que recapacitéis, mi
señora –dice Ahren-, pero me veo en la obligación de hacerlo. Por vuestro bien
y por el del reino.
-No malgastéis vuestro tiempo y saliva pues ninguna suplica
me hará cambiar de parecer. Está decido, amigo mío, al igual que está decidido
en qué manos pongo el reino. Nadie más que la familia real conoce los secretos
del templo de la Móedir Ljós y sólo los de sangre real pueden alterar el
hechizo del gran cristal. Aunque eso ya lo sabéis. Es mi sino, Ahren –sentencia
mirando fijamente a los ojos de su consejero.
-Permitidme entonces ir con vos, dejad a otro al cargo.
Tenéis más consejeros –le propone atropelladamente.
-Necesito a alguien de confianza para que gestione el reino
si algo terrible me aconteciese. En pocas personas confío tanto como en vos, amigo
mío; además, dispongo de pocas personas capaces de tal labor en estas tierras.
Sin noticias desde Aldgar, no disponemos del consejo real para tomar una
decisión más acertada. Confío plenamente en vuestro juicio cuando no esté aquí.
-Sí, mi señora –responde apesadumbrado-. Al menos dejadme
escoger personalmente una escolta de confianza.
Kayra asiente e invita con un gesto a su acompañante a
pasear y disfrutar del refulgente jardín.
A Kayra y Ahren les resulta fascinante cómo ese paraíso de
fuertes y vivos colores es capaz de sobrevivir al inclemente clima árido de
aquella región, ver cómo los messinos han logrado crear vida y tener tanta
riqueza en aquellos yermos páramos les despierta un extraño sentimiento de
hermandad para con estas gentes atezadas que han sabido sacar de su malograda
tierra todo su potencial como ellos bien hacen en la vasta y abrupta Andor.
El acompasado sonido del agua emanando y corriendo por cada
rincón de los frescos jardines de palacio les mantienen en un estado de
deliciosa calma.
-¿Creéis en realidad que sea buena
idea que os acompañe el príncipe Onar? –pregunta Ahren al cabo de unos minutos.
-Es un bravo guerrero y, según he
oído, ha viajado a varios rincones de las tierras salvajes, puede sernos de
mucha utilidad. Además, si rehusase su oferta, los Knöts podrían ofenderse y en
estos momentos, nos guste o no, son nuestra única esperanza de supervivencia.
>> Nuestra falta de aprecio
es mutua, pero no nos queda más remedio que aliarnos con ellos si pretendemos
que este infortunio deje de acecharnos una y otra vez. Lo único que espero es
no traer más desgracia a estas gentes devolviéndoles un futuro heredero
moribundo o con aún peor fortuna –dice
en tono lúgubre por tal reflexión mientras repara en una hermosa flor blanca en
la que reposa una avispa.
-Roguemos a los dioses para que
así sea, mi señora. Rezaré para que os protejan en vuestro viaje.
-Rezad mejor para que esta
desafortunada coyuntura no vaya a mayores, mi buen amigo –le responde cogiendo
la hermosa flor blanca y disfrutando de su aroma una vez ha echado a volar el
zumbante insecto -. Vamos a necesitar más que el amparo de los dioses para
salir airosos de esto.
8
Tras comunicar su plan de resistir en Kanbas, el rey Taerkan
hace que los generales se retiren y ordena pasar a su hijo que lo hace seguido
por los tres guerreros escogidos por este para el viaje. Los cuatro se colocan
a un lado de la mesa y aguardan la entrada de la reina Griundel, que no se hace
esperar. Entra con paso firme seguida por Ahren y dos hombres de aspecto
aterciopelado e inmaculado, propio de su raza. Todos se sitúan alrededor de la
gran mesa cartografiada.
Taerkan preside con su hijo a su diestra y Kayra a su
siniestra.
-He aquí los elegidos para acompañaros, mi señora –dice Onar
señalando a sus tres acompañantes-. Este es Rostam, gran guerrero al servicio
de la corona, de la más indiscutible confianza y gran renombre. Ella es Cyra,
sagaz, astuta y maestra de las más elaboradas artimañas. Y por último, mi buen
amigo Tafari, venido desde tierras salvajes; nos será de gran utilidad por esos
peligrosos páramos –uno a uno asienten según es mencionado su nombre. El
primero es un hombre de mediana estatura, cabellos cortos y una larga y espesa
perilla trenzada y anillada; una gran cicatriz le recorre el rostro desde la
ceja derecha hasta casi la punta del mentón y varias argollas adornan su nariz
y cejas. La segunda es una mujer pequeña pero robusta, apreciablemente joven y
vivaz. Ambos son indudablemente Knöts: sus pieles doradas, lacios cabellos
castaños y sus ojos grisáceos perfilados por negros pigmentos los delatan. Sin
embargo, el tercero es un hombre alto y magro de piel azabache, completamente
lampiño. Viste ropas de brillantes tonos rojizos, a diferencia de los colores
dorados y amarronados típicos de los messinos, y tiene gran parte de la cabeza
y brazos cubiertos por pardos tatuajes tribales.
-Será todo un honor acompañaros en este gran viaje, alteza
–dice Cyra haciendo una leve reverencia. El resto lo aprueba e imita el gesto
-. Estamos a vuestra entera disposición.
-Agradezco encarecidamente vuestra valentía –les responde
Kayra con una cortés sonrisa-. Seréis debidamente recompensados al término del
mismo.
Los tres guerreros de Onar reverencian nuevamente
complacidos y miran al otro lado de la mesa, donde están Ahren y sus hombres, a
expensas de una presentación.
La tensión en el ambiente es palpable.
Grandes maestros de la lucha, enemigos desde tiempos remotos, con los que con
toda probabilidad se habrán enfrentado en el campo de batalla; ahora debían
aliarse y protegerse los unos a los otros si querían que el plan llegase a buen
puerto.
-He aquí los escogidos de entre nuestros mejores hombres
–dice al fin Ahren-. Este es Argus, gran maestro del hacha y la espada- Argus, de
piel blanca, cabello largo castaño claro y ojos de un intenso y frio azul, se
inclina con elegancia-. Y este es Oddur, diestro arquero y gran conocedor de
remedios sanadores –y también realiza una correcta reverencia. Oddur es joven,
alto y esbelto, de cabellos dorados y cortos, salvo por una larga trenza que le
llega al final de la espalda. Su aspecto es algo más desenfadado que el de
Argus, al que se aprecia con semblante estricto.
Los demás responden con un modesto gesto de aprobación y se
analizan durante unos segundos, segundos que Kayra tarda en exponerles el plan.
-Procedamos. La finalidad del viaje, como bien sabéis, es
alcanzar lo antes posible el templo oculto de las montañas de Helos, fuente de
poder de la barrera –dice, señalando con una de las barras dichas montañas-.
Para ello deberemos cruzar por tierras salvajes, bordeando las montañas
Doruklana, para así evitar a las fuerzas Martu que inundan el nordeste de las
tierras de Messut. Una vez hayamos atravesado esas tierras, cruzaremos el paso
helado de Jezdca Marly, luego buscaremos el camino más corto a las montañas del
norte.
-Entonces tendríamos que cruzar el desierto de Kanbas, lo
que nos llevaría alrededor de un día a buen ritmo; luego podríamos descansar en
tierras de la tribu Ynkundu Wahu, la tribu Tafari –comenta Onar mientras traza una curva
que va desde Kanbas a una zona adentrada en tierras salvajes, próxima a los
mares del sur-. A partir de ahí, será mejor que andemos con mucha cautela, hay
tribus realmente peligrosas y hostiles que no dudarían en hacernos prisioneros,
y eso con suerte. Especialmente deberemos evitar a los Noka Wa Möt –y los
presentes se inquietan ligeramente al oír esto.
-Son gente peligrosa –dice la voz grave de Tafari, con marcado
acento-. Antiguos enemigos de mi pueblo. Todo aquel que se acerca a su aldea,
muere entre grandes sufrimientos. Desde mi aldea pueden oírse los gritos
desgarradores de dolor de los que sufren la desgracia de caer en sus
insaciables garras –los rostros se tornan ahora pálidos e inexpresivos.
-¿En qué zona se encuentra esta tribu? –pregunta tras unos segundos
Argus. Tafari señala entonces una zona comprendida entre la ubicación de su
tribu y el sur del bosque que linda las montañas Doruklana-. Entonces lo mejor
sería acercarnos lo más que podamos a las montañas para luego cruzar por el
bosque –propone refiriéndose a la extensa zona boscosa que está representada en
el mapa.
-Los rumores dicen que en la inmensidad de ese bosque habita un pueblo
colgante –dice Onar-. Ninguno de los que han visto el pueblo ha regresado
jamás. Se cuenta que son refugiados, hombres libres que no creen en reyes ni en
leyes. Quizá sean pacíficos, mas si no lo fuesen, sería mejor pasar
desapercibidos allí. El bosque de por sí ya es denso y peligroso.
-Nos moveremos con cautela pues, somos un grupo lo suficientemente
reducido para pasar inadvertidos –responde Kayra, y todos dan señal de
aprobación.
-El camino es bastante incierto ya que poco se conoce de esas tierras
y los pueblos que habitan en ellas –reflexiona Onar-, aun con todo seguiremos en lo posible la línea montañosa
hasta cruzar el paso helado y dar a parar con el Mar Goi, en las tierras de
Maeva. Necesitaremos comida para al menos diez días y ropajes de abrigo.
-El templo se encuentra aproximadamente aquí –dice Kayra señalando en
el mapa un punto en las montañas de Helos próximo al flanco oeste del bosque
Enyd-. Si el camino desde Maeva está despejado, será fácil alcanzarlo.
Una vez más todos asienten casi al unísono. Aunque el plan es algo
incierto, el objetivo está claro y están dispuestos a alcanzarlo cueste lo que
cueste.
-El ocaso está próximo –comenta Taerkan-; partiréis al amanecer,
cuando el sofocante calor del desierto aún duerma. Preparad bien vuestro
equipaje y descansad, el viaje será largo. Y ante todo, os deseo la mejor de
las suertes. La vida de muchos depende de ello –y, a medida que las palabras
salen de su boca, se borra por unos instantes la preocupación de sus ojos para
convertirse en orgullo y esperanza.
Onar está sentado
en la cama de sus aposentos.
Pensativo e
inmóvil observa a través del ventanal cómo las primeras estrellas comienzan a
hacer acto de presencia en el firmamento en el momento en que alguien llama a
su puerta. Cuando solicita saber quién es, la voz meliflua de una mujer responde:
-Soy yo, Arihda. Entonces el joven príncipe se dirige a la puerta y la abre lo
justo y suficiente para ver a la joven que espera ante ella.
-¿Qué hacéis
aquí?
-Me he enterado
de que partís al alba. No podíais esperar que no viniera a despedirme –responde
poniendo una mano en la puerta y empujándola sutilmente pidiendo así permiso
para entrar en la estancia. La joven es hermosa, de cabellos azabachados y piel
tostada en la cual unos impresionantes ojos castaños resaltan enmarcados por
oscuros pigmentos.
-¿A despediros o
a pedirme que no me vaya? –pregunta el muchacho con tono jocoso mientras la deja
finalmente pasar.
-¿Por qué pensáis
que intentaría haceros cambiar de opinión? Sé lo terco que podéis llegar a ser
cuando algo se os mete en la cabeza, no perdería así mi tiempo ni por todo el
oro de este mundo –responde tomando asiento en la cama.
-Me permito
conservar la duda sobre quién os ha dicho que partiré en unas horas, mas son
pocas las personas que lo saben y esto huele sospechosamente a que mi madre os
envía para persuadirme de algún modo para que cambie de opinión –reflexiona el
muchacho en voz alta mientras toma asiento junto a la chica.
Arihda sonríe
mientras coge con ambas manos la mano izquierda del muchacho, que descansaba en
su rodilla. Le da varias palmaditas cariñosas y, seguidamente, la sujeta con
fuerza y se la besa con ternura.
-Mi madre ha
estado hablando con la vuestra, hermano, y dice que está muy afligida por lo
que pueda pasaros. Sabéis que Alissha es una mujer fuerte y poseedora de una
gran templanza, pero es comprensible que tema por vuestra suerte.
-Soy consciente
de lo que mi querida madre puede sufrir y de lo que sufrirá de aquí en
adelante, pero conociéndome como debería, sabrá que no dejaré en manos del azar
la suerte de mi pueblo –repone Onar. Sujeta las manos de su hermana y se las
besa también-. No permitiré que nada malo os pase.
Sus miradas se
cruzan unos segundos, los justos para que Arihda vea la pasión y la convicción
de su hermano de hacer todo lo que fuese necesario para protegerles.
-Lo sé. Sólo os
pido que, por favor, regreséis con vida –dice Arihda; Onar sonríe y ambos se
funden en un tierno abrazo.
Es de madrugada
cuando suenan voces de alarma.
Kayra, Onar y el
resto de la compañía saltan inmediatamente de sus respectivas camas y, tras
vestirse con cuanta presteza pueden, se dirigen a la sala del trono donde se
encuentra un preocupado Taerkan rodeado de varios de sus generales y el jefe de
su guardia. También entran en la sala apresuradamente Ahren y varios comandantes
de las fuerzas Griundel.
-¿Qué diantres
sucede? –pregunta uno de los generales Knöts que parece algo desorientado.
-¡Nos atacan!
–responde con rudeza Taerkan indignado ante tan torpe comentario-, ¿o es que
acaso no oís las alarmas?
-Mi señor, un pequeño
grupo nos ataca por el flanco noreste –dice atropelladamente un joven soldado
que acaba de cruzar las puertas.
-Está bien,
encargaos de proteger ese flanco –ordena el rey- y no perdáis de vista las
murallas cercanas. Podría tratarse de una maniobra de distracción y no podemos
permitirnos mostrar debilidad alguna entre nuestros muros.
-Con un grupo tan
reducido parece que traten de ver si hay algún punto débil en nuestras murallas
–dice otro de los generales Knöt, el anciano Erol.
-¡Pues sólo se
encontrarán con nuestras flechas y escudos! –vocifera el jefe de la guardia
real.
-Mejor será que
dejéis la cháchara y os aseguréis de que así sea –dice amenazante el rey a sus
altos cargos que, inmediatamente, se marchan de la sala. Se quedan solos
Taerkan, Ahren y la pequeña comitiva. El rey se toma unos segundos para reflexionar
antes de continuar-: Dadas las circunstancias, lo mejor será que partáis de
inmediato.
-Pero, padre…
-No hay nada que
discutir, hijo. El tumulto os vendrá bien para pasar desapercibidos, y demorar
más vuestra partida sería una necedad.
-Vuestro padre
tiene razón –interrumpe Kayra-, haríamos bien en aprovechar la confusión de
este ataque y así poder salir de Kanbas sin levantar sospechas.
-Tenemos noticias
de que varias águilas vigilan incesantemente los alrededores de la ciudad
–aporta Ahren-. Es de suponer que informan al enemigo de cada movimiento de
entrada o salida de la ciudad. Quizás al ver partir a tan reducido grupo, y en
dirección opuesta a su localización, no tuviesen mayor sospecha, o quizás…
-O quizás
–continúa Taerkan el comentario,- se planteasen la posibilidad de que suponéis
una amenaza y os persiguiesen para averiguar el propósito de vuestra huida, o
para que corráis aún peor suerte. Y no
podemos consentir ni lo uno ni lo otro. Partiréis de inmediato y no hay nada
más que discutir.
-Entonces
preparemos las monturas y despedíos de quien creáis oportuno –dice Kayra.
9
-Tened mucho cuidado, mi señora –le dice Ahren a Kayra
mientras esta se monta en un caballo pardo bien cargado de suministros-. No os
fiéis de nadie, sólo de vuestro instinto y, por favor, regresad con vida –y un
destello de súplica aparece en su mirada.
-No puedo prometeros volver con vida, pero os prometo que
volveré de todos modos, mi buen amigo –le contesta con una dulce sonrisa. Ambos
se miran con cariño y, tímidamente, se cogen de la mano con ternura durante
unos segundos. Es toda la licencia que se permiten. Después, Kayra se acomoda
un labrado arco a la espalda y mira al resto de su escolta.
A pocos metros, en el mismo patio, está Onar, también
montándose a lomos de un hermoso caballo castaño, despidiéndose de su padre.
-Cuidaos mucho, padre, y cuidad de Yaiza y Arihda. Son la
esperanza del reino.
-Velaré por el bienestar de tus hermanas, hijo mío –dice
Taerkan-. Vela tú por el tuyo propio y no corras riesgos innecesarios.
Onar asiente, mira a su alrededor y cruza la mirada con
Kayra. Ambos se hacen una señal que indica que están preparados para marchar.
Entonces, la voz del joven príncipe se alza firme: << ¡En
marcha!>>; y todos se dirigen a los grandes portones que se abren
lentamente. Ninguno de los que van a partir mira atrás ni un instante; vacilar
no está permitido.
Cuando se abren por completo las puertas, espolean los
caballos y cabalgan hacia el gran desierto de Kanbas, rumbo a una gran y
peligrosa aventura.
Ahren y Taerkan se
quedan en el umbral, observando sus siluetas hasta donde les alcanza la vista
en la negrura de la noche. El consejero no oculta la pena y la preocupación en
su rostro. El monarca, por contra, se muestra aparentemente impasible, sin
embargo, en el último instante, no es capaz de contener las lágrimas que,
serenas, recorren sus mejillas mientras ve partir a su primogénito.
-¡Aguantad! –grita un capitán Knöt a su batallón que resiste
con sus escudos la embestida de las fuerzas enemigas.
Encajan las arremetidas próximos a los muros, lo que les
proporciona una gran ventaja. Las líneas enemigas incesantemente chocan contra
sus defensas y son inmediatamente rechazadas, o ensartadas por lanzas y espadas
que surgen de entre el blindaje. Desde almenas y aspilleras parten decenas de
flechas que vuelan cruzan el cielo incesantemente, mermando poco a poco sus
fuerzas.
-¡Informe, capitán! –dice el general Erol mientras sube los
últimos peldaños de la escalinata que da a parar a lo alto de los muros.
-Todo está bajo control, mi general –le responde este-. No
tienen nada que hacer contra nuestras defensas y no hemos sufrido bajas
importantes. En breves instantes se verán forzados a la retirada.
-Magnífico, aún así tenedles entretenidos todo el tiempo que
sea posible. Debemos mantener su atención alejada lo máximo posible de su
alteza, el príncipe Onar, y su compañía –explica, y echa una mirada de soslayo
hacia la dirección en la que estos deben partir.
-¡A la orden, señor!
Para cuando el día nace, la contienda ha finalizado y la
compañía ya se halla lo suficientemente lejos de cualquier amenaza Martu.
10
El mar está en calma y la navegación se hace más llevadera
que en el pasado día tormentoso, motivo por el cual se han retrasado más de lo
previsto. Aun con todo, la flota Manahí sigue surcando el mar rumbo al reino
Knöt.
-Llegaremos en menos de dos días, mi señor –comunica el
alférez del navío al rey Valerio.
-Estas dichosas tormentas nos han retrasado demasiado –dice
el rey iracundo-. Encima no nos han permitido recibir ni enviar noticia alguna.
Esperemos no llegar demasiado tarde.
-Enviemos pues un mensaje para que sepan que en dos días
estaremos atracando en tierras de Messut –le propone su hijo-. Para que nos
envíen al menos una pequeña comitiva de bienvenida.
-Desinfla tu ego, hijo mío. Estando en guerra no se atienden
a pomposidades protocolarias –le reprende Valerio.
-Llevamos todo un ejército en su auxilio –replica en tono
burlesco-, deberían estarnos más que agradecidos por ello y tratarnos como
merecemos por muy en guerra que estén, o muy salvajes que sean.
-Será mejor que doméis vuestra lengua, querido hijo, u os la
tendré que domar yo mismo si metéis la pata una sola vez con los Knöts –dice el
monarca acercándose amenazante a su hijo-. Hay demasiado en juego y no hay
lugar para las chiquilladas de quien ya es todo un hombre. ¿Me he explicado con
claridad?
-Sí, padre–responde Paulo con resquemor.
El sol comienza a subir en el cielo, calentando poco a poco
la fría arena del desierto. La compañía ha cabalgado toda la noche sin descanso
y el cansancio empieza a hacer estragos en ellos y en sus monturas.
-Deberíamos descansar un poco –propone Rostam-, antes de que
el calor sea insoportable.
-Bien pensando –responde Onar-, así caminaremos cuando todo
arda a nuestro alrededor.
Se apean de los caballos y montan un improvisado campamento
con un par de tiendecillas para resguardarse del sol. Se reparten pequeñas
porciones de pan y carne seca y dan algunos tragos a las reservas de agua. Según va apretando el sol, los Griundels, con sus níveas y delicadas pieles, se
afanan en permanecer bajo la sombra de las tiendas mientras Onar y Tafari
discuten sobre su localización y el camino que deberían seguir. Los demás
consiguen echar una cabezada entre tanto los caballos reposan unas horas.
Antes de ponerse nuevamente en marcha, Cyra se embadurna con
una sustancia oleosa que hace brillar su piel y se cubre la cabeza con un
pañuelo blanco que solo deja ver sus grandes ojos pigmentados.
-¿Queréis un poco? –le pregunta a Kayra al percatarse de que
esta la mira con curiosidad-. Con vuestra blanca piel os vendría bien un poco.
-¿Qué es este ungüento? –pregunta la reina mientras coge el
frasco que le ofrece Cyra.
-Una mezcla de té y aceites. Protege la piel del sol, así no
os quemaréis tan rápido –responde complaciente, y mira con curiosidad a Argus y
Oddur que se muestran ahora interesados por la conversación.
Kayra abre el bote de cristal opaco y huele la sustancia no
muy convencida. Para su sorpresa, su olor es dulce y agradable por lo que
decide untarse un poco en los brazos y el rostro, que es cuanto tiene al aire.
Argus y Oddur la imitan y parecen aliviados con la sensación refrescante que
ahora les envuelve.
Rostam les observa
divertido ante su asombro.
-Deberíamos ponernos en marcha –dice al fin Onar-. Nos
espera una jornada intensa.
Desmontan inmediatamente el campamento y se ponen de nuevo
en camino. Pasadas varias horas, el sol es tan intenso que ciega los ojos de la
joven reina. Siente la cabeza pesada y dolorida y empieza a sentirse
desorientada, fatigada. Se siente arder y poco a poco las imágenes se vuelven
borrosas, desenfocadas, hasta que todo se torna negro.
Kayra está a punto de caer a plomo de su montura cuando
Oddur logra sujetarla. Está inconsciente y muy ruborizada. El apurado joven
llama la atención del resto, que enseguida van en su ayuda. Montan una pequeña
tienda y la tumban a la sombra. Cyra usa un paño húmedo para refrescarle la
cara y la fuerzan a dar pequeños sorbos de agua.
Sólo pueden esperar a que se despierte y para cuando lo hace
es media tarde y el ambiente empieza a estar algo más fresco.
-¿Qué ha pasado? –pregunta aún desorientada.
-Os habéis desmayado por el calor, mi señora –contesta
Oddur, que sigue frotándole la cara con el paño húmedo. Él también está
bastante rojo y sudoroso-. Este calor es demasiado para nosotros.
-Tendréis que aplicaros más veces el ungüento e hidrataros
más a menudo –les dice Cyra con cierta preocupación-. El desierto puede ser muy
duro para quienes no están habituados a él. Además, vuestros ropajes tampoco
ayudan aquí.
Los norteños miran sus vestimentas observando la diferencia
entre estas y los livianos tejidos que cubren a los Knöts y al hombre de
tierras salvajes. Deciden entonces desprenderse de las prendas más pesadas,
reservándolas con el resto de equipaje, y quedarse sólo con las ligeras camisas
y las coloridas túnicas azules propias de su reino.
Una vez que Kayra está completamente restablecida, levantan
de nuevo el campamento. Y antes de que vuelva a subir a su caballo, Onar se le
acerca y le cubre con cuidado la cabeza con una larga tela clara.
-Así aguantaréis hasta la noche –le dice serio mientras se lo
coloca-. Debemos seguir hasta entonces si queremos llegar cuanto antes a la
tribu de Tafari -la joven le da las gracias y nuevamente emprenden el viaje.
Cuando va llegando el ocaso, pueden ver a lo lejos en el
horizonte las montañas Doruklana. Ya estaban cerca de la tribu Ynkundu Wahu, al
menos allí dispondrían de cobijo y agua.
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