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-¿Así que además de ser un viejo cascarrabias, ahora también
sois un traidor? ¡Cuán polivalente podéis llegar a ser, Erwynd!
Dice entrando en escena el líder del grupo que había
apresado a la compañía hace unas horas.
-Lo peor de ser viejo es que uno ha podido vivir ya muchas
cosas, y hasta no vivir otras tantas que igualmente se le adjudican –echa una
risotada e indica a su hombre que se les acerque-. Me he tomado la libertad, mi
señora, de invitar a nuestra informal reunión al hombre en quien más confío.
Este es Zoltein.
El muchacho hace una modesta reverencia y Kayra manifiesta
su agrado al conocer por fin el nombre de su “captor”.
-¿Así que soy un traidor? –prosigue rumiante Erwynd-. ¿Eso
os contó vuestro padre?
-No creo que Zoltein tenga mayor interés en esta
conversación, mi señor.
-Creedme si os digo que no tengo ningún secreto para este
jovenzuelo, es más, es el único en quien deberíais confiar aquí.
-¿Es que acaso el resto de vuestro pueblo no son gente de
fiar? –pregunta con fingida inocencia la chica.
-La gente de Logó Fahlu es noble, eso por descontado, pero
no puedo asegurar que la gran mayoría haya sido gente decente en su vida
anterior a nuestra querida ciudad. Así que cuantas menos tentaciones les
pongamos frente a sus narices, mejor.
-Es decir, que albergáis a rufianes, delincuentes y pillos y
no os importa lo más mínimo mientras acaten vuestras leyes aprobadas por esas
mismas personas de baja moral.
-Un respeto, querida –interrumpe con brusquedad el anciano;
su tono ha pasado de la afabilidad a la indignación-. Que seáis invitados aquí
no quiere decir que nos despreciéis de este modo. Todos los que aquí vivimos
tenemos un pasado, pasado que nos ha traído hasta esta promesa de libertad y
redención, y no sois quien en estas tierras para juzgarnos.
Una ligera muestra de arrepentimiento aparece en el rostro
de la reina Griundel.
-No seáis duro con la chica, Erwynd. A fin de cuentas, no
puede tener muy buen concepto de nosotros habiéndoles casi secuestrado, y
encima con vuestra sabida fama de traidor… -se pronuncia conciliador Zoltein,
con un toque confidencial de mofa al acabar.
-Tenéis razón, disculpadme, pero hemos trabajado tan duro
para mantener esta ciudad a salvo que a veces me dejo dominar cuando creo que
alguien la ataca.
Vaga por la estrecha terraza pensativo, nervioso. Cuando al
fin se detiene, parece iluminado por alguna ingeniosa idea.
-Así que traidor…-musita; asiente de forma exagerada y
prosigue: -En fin, vayamos a lo que nos atañe. No hace falta que os diga que lo
que en esta reunión se hable no deberá salir de aquí.
-No podéis esperar que no les cuente nada a mis camaradas.
-Con que al menos uno de vosotros esté sobre aviso será más
que suficiente. No queremos incitar rumores ni habladurías –le responde.
Entonces se acerca más a ellos, en busca de intimidad-. Desde más allá de las
montañas que nos separan del resto del mundo, han llegado rumores de que los
que pretenden ser los nuevos señores de los cinco grandes reinos andan buscando
a un pequeño grupo de viajeros por el que ofrecen una suculenta recompensa.
La noticia deja anonadada a Kayra.
Puede sentir en sus sienes cómo le late el corazón despacio
y con dificultad, cómo la sangre se le congela en las venas y su cuerpo pierde
toda temperatura. Una sensación de vértigo que emerge desde el estómago se
apodera de su cabeza y todo palidece a su alrededor hasta que no ve más que
imágenes en blanco y negro. Es cuestión de segundos, pero la sensación es tan
desagradable como indescriptible.
Cuando poco a poco recupera la temperatura y todo recobra su
colorido, recuerda dónde está y quiénes la acompañan, entonces es consciente de
su situación de peligro. Sus músculos se tensan y su expresión corporal se
vuelve hostil, como si de un animal arrinconado se tratase.
-No tenéis de qué preocuparos, chiquilla –dice Erwynd con
voz cálida al percibir la tensión de la norteña-. Ninguno de los que aquí
habitan saben de esos rumores, hemos hecho lo posible para evitar habladurías
al respecto. Por eso esta conversación no deberá salir de aquí.
-¿Para eso nos habéis traído hasta aquí, para vendernos como
si de ganado se tratase?
-¿Venderos? –se mofan casi al unísono ambos hombres.
-¿Y para qué querríamos nosotros dinero de los cinco reinos
si aquí no nos serviría de nada? –comenta divertido Zoltein-. Funcionamos según
canjeos y trueques con lo que cultivamos, cazamos o lo que mejor se nos dé
hacer; el dinero no hace más que corromper a los hombres.
-Entonces no entiendo qué hacemos aquí –dice Kayra
demostrando su desconcierto.
-Precisamente eso: evitar que los habitantes de nuestra
amada ciudad se corrompan al conocer quiénes sois en realidad y el precio que
tienen vuestras cabezas. Es mejor para todos que parezcáis invitados aquí; nada
os pasará siempre que estéis bajo nuestra protección, nadie de esta ciudad se
atreverá a haceros mal alguno ni despertaréis sospechas en vuestra contra.
-¿Y qué ganáis vos con esto? –pregunta cada vez más confusa.
-Aparte de quitarme a vuestros ojos la mala imagen que veo
que ya tenéis –ríe irónico el anciano-,
es nuestra forma de proteger a nuestro pueblo. No queremos que nada
perturbe la paz que tanto nos ha costado tener, y tampoco le deseamos mal
alguno a los inocentes que por nuestras tierras pasen.
-Se me hace raro oír eso –repone Kayra-. El resto del mundo
no conoce más de vosotros que la famosa frase de “todo el que entra en su
bosque…”.
-“…jamás regresa” –finaliza en su lugar Zoltein-. Somos
conscientes de ello, nosotros mismos difundimos tal rumor, mantiene alejados a
indeseables y curiosos –y profiere una sonora aunque corta carcajada.
-Como ya os mencioné, hay veces en que dejamos que los
visitantes de nuestro bosque continúen su camino sin que perciban nuestra
presencia, son las menos si me apuráis –explica Erwynd-; hay otras tantas en
que les abrimos nuestros brazos y ofrecemos cobijo y ayuda a todo el que la
necesite. Los visitantes quedan tan maravillados con nuestra ciudad y sus leyes
que casi ninguno se resiste a quedarse en ella.
-Y por eso nunca regresan… -musita la chica mirando a las
decenas de luces titilantes que destacan entre el oscuro manto de la noche.
Cada luz, piensa, representa a una persona que ha decido vivir en esta gran
ciudad colgante, en este sitio que promete libertad.
Y por un momento envidia a todas y cada una de esas luces.
-Podéis permanecer aquí el tiempo que consideréis oportuno
–se pronuncia el anciano tras un profundo silencio-. No intentaré convenceros
de que os quedéis en Logó Fahlu, sé cuán importante es vuestra carga, querida
niña, y sé que aunque os intentase retener aquí, haríais lo posible por huir y
regresar a vuestra tierra. Pero permaneced un par de días aquí hasta que hayáis
recuperado las fuerzas suficientes para continuar vuestro camino.
A Kayra el corazón se le antoja pesado al oír esas palabras,
palabras que le recuerdan por qué estaba allí, tan lejos de su añorado hogar.
Su pueblo la necesitaba; el resto de reinos la necesitaban. Y no iba a
fallarles.
Es mejor permanecer allí un par de
días, descansar y alimentarse debidamente para lo que les deparaba el futuro;
además, el pie herido de Tafari necesita aún algo de descanso. Pero no
permanecerían allí más tiempo del necesario.
-Si me permitís, este anciano necesita descansar, los años
no perdonan a estos viejos huesos míos –comenta Erwynd frotándose el bajo de la
espalda con gesto dolorido, da media vuelta y, antes de marcharse, posa la mano
sobre el hombro de la joven reina, lo aprieta con ternura y dice -: Disfrutad
de la fiesta y de vuestra estancia aquí.
Echa a andar todo lo rápido que sus cada vez más pesados
pies le permiten y, cuando está a punto de cruzar el umbral de la balconada, se
gira vivazmente, como si hubiese olvidado algo importante.
-¡Ah, y querida niña, ya hablaremos sobre eso de que soy un
traidor! –exclama, pero esta vez con una sonrisa en los labios. A medida que se
aleja, habla consigo mismo, realizando aspavientos y lanzando alguna risotada
que otra.
Una vez solos, Kayra y Zoltein no cruzan palabra alguna
hasta pasados unos minutos.
-Entonces, los Martu ya saben de nuestra existencia
–reflexiona Kayra en voz alta.
-Dudo que sepan quiénes formáis el grupo o qué intenciones
tenéis –responde tranquilizador Zoltein-, los rumores apuntan sólo a que buscan
a un grupo de forasteros entre los que hay algunos hombres del desierto. No se
menciona a norteño alguno, así que dudo que sepan que vos estáis metida en
ello. Tampoco creo que sepan con certeza qué finalidad tiene vuestra misión
para hacer que la mismísima reina Griundel deambule por estas tierras tan
hostiles, pero supongo que sabrán que algo tramáis. Y sin control sobre ello,
suponéis una amenaza a erradicar.
-Entonces buscan a hombres del desierto… -observa la joven y
dirige la vista al interior del salón donde Onar y sus hombres conversan
animados.
Una vez más el silencio se adueña de la situación y la
reflexión se manifiesta en el rostro de la norteña.
-No os convendría ahora mismo separaros de ellos, si me
permitís opinar –dice Zoltein pasados unos segundos. Situado detrás de Kayra,
observa también a los hombres del desierto que se mantienen ajenos a los ojos
que les analizan desde la balconada.
-¿Qué os hace pensar que quiero hacer eso?
-Lo noto en vuestros ojos –entonces la chica baja la cabeza
intentando ocultar toda emoción-. Pero como os he dicho: no os conviene
quedaros sola ahora. Aún con vuestros hombres, estas tierras son peligrosas, y
si nosotros os hemos podido apresar, otros también podrían. Quizás una vez
pasadas las montañas…
Pasan unos segundos en los que la joven reina valora la
situación y conviene que el razonamiento de Zoltein es bien acertado. Aunque el
enemigo haya ofrecido una buena recompensa por sus cabelleras, no debían aún
plantearse viajar por separado para no levantar sospechas si querían sobrevivir
a aquellos extraños parajes.
-Será mejor que volváis con ellos, no es recomendable que
levantemos más curiosidad de la que ya hemos despertado –opina Zoltein al
cruzar la mirada con la del príncipe Onar. Se mantienen así unos instantes
hasta que Kayra entra de nuevo al bullicioso salón.
La velada transcurre animosa y desenfadada.
Erwynd se despide de sus invitados y les anima a continuar
con el festejo en su ausencia para lo que deja a su hija al cargo. Varios de
los presentes solicitan a la joven Runa, que así averiguan que se llama, que
cante haciendo en reiteradas ocasiones alusiones a su excelente voz. La bella
muchacha se resiste hasta que Zoltein la coge de las manos y la lleva casi a
rastras junto a los músicos que siguen amenizando la fiesta. Runa, muerta de la
vergüenza, es aplaudida y vitoreada por los presentes que esperan ansiosos a
que empiece a cantar. Antes de dejarla sola entre los músicos, Zoltein le da un
beso en la frente, lo que provoca la sonrisa de la chica y la ayuda a calmarse.
Cuando el muchacho se retira del supuesto escenario, la chica empieza a
canturrear, al principio en un tono débil y entrecortado, y una vez que todos
en la sala guardan silencio anonadados por las bellas melodías, esta se crece y
sube progresivamente el volumen hasta que su extraordinaria voz resuena en cada
rincón de la estancia entre ritmos de tambores e instrumentos de cuerda.
Varias parejas de baile se disponen en el centro de la sala
y coreografían con gran habilidad las alegres canciones mientras el resto
permanece alrededor expectante y acompañando la música con palmadas. El círculo
se amplía canción a canción hasta que hay más gente danzando que observando, y
naturalmente, la mayoría de los que permanecen inmóviles está formada por la
compañía, cosa que no tarda en cambiar pues un par de bien parecidas chicas se
acercan dando gráciles saltos a Rostam y Oddur. Les invitan a bailar con ellas,
y aunque Rostam se excusa en su torpeza y falta de coordinación, acaban
accediendo con mal disimulado agrado.
Dos chicas, que no cantan nada mal, sustituyen a Runa que
está ansiosa por salir a bailar. Cuando llega junto a los danzantes descubre
que todos están ya emparejados, hasta su adorado Zoltein baila divertido con la
joven norteña, para sorpresa de la chica. Sólo queda Argus y, aunque le resulta
un hombre atractivo y bien parecido, su expresión seria le hace recelar. Cuando
está a punto de sentarse desilusionada, ve cómo alguien le tiende una mano.
Cuando mira con renovada ilusión, halla que es Argus quien
la invita y para no parecer descortés, le toma la mano con la mejor sonrisa de
que es capaz para que su invitado no se sienta rechazado.
-Espero que se os dé bailar tan bien como cantar –dice el
norteño-, y si es así, que me enseñéis.
Y una sonrisa se esboza en su céreo rostro relajándolo, lo
que infunde en la chica una agradable sensación.
-Confiad en mí –le responde con una amplia y sincera
sonrisa.
Risas y triviales conversaciones se apoderan del momento.
Los diversos cambios de pareja provocan que todos bailen con todos, incluso
Kayra acaba encontrándose con Onar. Los minutos que duran juntos apenas cruzan
palabra y se puede palpar la tensión entre ambos, tensión que queda aliviada en
cuanto se vuelve a producir el cambio de parejas.
Al final de la
animada fiesta, cada cual se dirige a su morada para intentar descansar lo
máximo posible, ya que la fiesta se ha alargado tanto que el alba anda ya
cercano.
A cada miembro de la compañía se le ha asignado una modesta
habitación a la que no le faltan las comodidades básicas para una corta
estancia, y chicos y chicas han sido alojados en distintos lados del inmenso
árbol que conforma el consistorio. El largo pasillo en el que se encuentran las
habitaciones da al exterior, a un pasaje con arcos y balcones adornados por
enredaderas y cristaleras de alegres colores.
Tras despedirse de Alika y Cyra, Kayra se dispone a entrar
en sus temporales aposentos cuando oye un silbido a sus espaldas, mas cuando
mira a su alrededor no alcanza a ver nada entre la oscuridad. Se encoge de
hombros y atribuye el sonido a su agotada mente. Otro silbido, justo cuando
gira el pomo de la puerta. No es su imaginación, ni tampoco le suena a un
sonido animal. Cuando se cerciora de que en el pasillo no hay nadie más, se
lanza directa al ventanal más cercano y escudriña el paisaje que la rodea, cosa
cada vez más fácil puesto que los primeros rayos de sol desvelan la enormidad
de la ciudad colgante, que aún duerme despreocupada.
Nadie; no ve a nadie ni nada que pueda estar produciendo el
sonido. Extrañada, se dispone a dar media vuelta y tratar de descansar un poco.
“El cansancio me juega malas pasadas”, piensa para sí.
-¿Acaso estáis tan agotada que ni me oís?
Kayra reconoce enseguida la voz, pero le sorprende tanto de
quién es que se gira con los ojos de par en par. Tras el ventanal por el que había mirado pocos segundos antes
emerge la silueta de Zoltein. No con menor sorpresa al caer en la cuenta de que
el muchacho debe estar suspendido de algún modo en el aire a decenas de metros
del suelo, se le acerca.
-Pero, ¿cómo…? –asoma la cabeza por el balcón y descubre que
éste está sobre una pequeña plataforma, algo similar a un columpio. La fatiga
hace estragos en su habitual control de expresión y su cara de confusión es
claramente manifiesta.
-¿Os gusta? –pregunta divertido el joven señalando el
artilugio con su usual dramatismo-. Me preguntaba si querríais acompañarme al
mejor lugar de la ciudad.
-Necesito descansar, si no os importa preferiría que fuese
en otro momento –responde con una cordial sonrisa.
-Vaya, y yo que pensaba que los norteños eran personas
recias y curiosas que anteponen sus vidas en pos del conocimiento…
-¿Es necesario que sea ahora? –suplica la chica ante el
semblante insistente del joven; es el cansancio el que habla por ella.
El muchacho echa una ojeada al cielo y asiente con
entusiasmo. Entonces hace una pequeña reverencia y tiende su mano a la joven
reina. Esta, desconcertada aunque intrigada, la sujeta con cierta inseguridad y
el muchacho la aprieta y tira con firmeza de ella. Kayra, asustada, mira abajo
y una chispa de pánico recorre su cuerpo al ver la enorme caída bajo sus pies,
por lo que acaba aferrada con fuerza a una de las cuerdas del columpio.
-No temáis, agarraos con fuerza –le dice antes de sujetarla
con decisión, acto seguido tira de una palanca situada sobre su cabeza, en un
improvisado sistema de raíles. Tras el crepitar de una maquinaria, la
plataforma se desplaza a bastante velocidad en paralelo al balcón y pocos
metros después se detiene bruscamente a escasos centímetros del árbol más
cercano. Un clic suena para indicar que el precario medio de transporte se ha
anclado correctamente. Entonces el chico coge esta vez una cuerda y tira de
ella, y es un sistema automático de poleas el encargado de hacerles subir aún
más metros en el aire.
Tras un par de minutos de subida, de pasar junto a casas y
cruzar las entramadas copas de los árboles, el columpio al fin se detiene junto
a una desmejorada escalinata. Zoltein ayuda a la reina Griundel a bajar y poner
los pies en firme, cosa que la alivia un poco, y le pide en un gesto que le
siga por los mohosos escalones.
-Andad con cuidado, es fácil resbalar aquí. Ya casi estamos.
Con precaución suben y dan a parar a un entablado que
sobresale apenas un metro por encima de la copa de los árboles que les rodean.
Kayra echa una vista a su alrededor y queda fascinada: los
árboles abarcan hasta casi donde alcanza la vista y las montañas se muestran
tan cercanas que le parece mentira verlas tan nítidamente y estar sin apenas
ropa de abrigo. El aire fresco acaricia cada parte de su cuerpo y hace que se
sienta libre por primera vez desde que salió de sus tierras semanas atrás.
-¡Esto es maravilloso! –exclama extasiada.
-Y aún no lo habéis visto todo –repone Zoltein señalando en
la dirección en que los primeros rayos del sol comienza a asomar por el oeste
anunciando el nuevo día.
La luz fluye entre las hojas de los árboles avivando a su
paso los verdosos colores que conforman ese aparente mar del que nace el astro
rey. El silencio que inunda el lugar da paso al jubiloso canto matutino de los
pájaros y, poco a poco, todos en el gran bosque despiertan para dar comienzo a
un nuevo día.
-Sencillamente… -comienza a decir Kayra, pero no encuentra
las palabras para describir tanta belleza y tal aluvión de sensacionales
sentimientos.
-¿Ha merecido la pena? –ríe Zoltein que abre los brazos de
par en par y llena de aire puro sus pulmones.
Hasta ahora Kayra no se había fijado, y no sabía si era
causado por la emoción del momento o por la falta de descanso, pero al mirar al
muchacho le ve mucho más hermoso y bien parecido de lo que le había parecido el
día anterior. Y es que es un hombre bien formado, alto y esbelto, de cabellos
color castaño claro y ojos de un intenso azul grisáceo. Tras la gran bocanada
de aire, se gira sonriente hacia la chica esperando ver la expresión
maravillada que ha estado luciendo desde que habían llegado allí arriba y se
percata de que en lugar de mirar el paisaje es a él a quien anda observando.
Muerta de la vergüenza, Kayra desvía lo más rápido que puede la mirada, cosa
que divierte al muchacho.
-¿Y no hubiese sido mejor esperar a la luz crepuscular para
venir aquí y apreciar aún más tanta belleza? –pregunta intentando disimular su
vergüenza.
-Por desgracia el sol se pone por el este –y cuando señala
en la dirección, Kayra ve a qué se refiere. Las grandes montañas Doruklana
impedían que el mágico efecto del sol del ocaso tuviese lugar sobre estas agrestes
tierras.
-Una pena.
-Sí –comenta algo apenado el joven, pero enseguida vuelve a
un tono jovial-. Será mejor que volvamos.
Mientras bajan en el mismo inestable artilugio, la joven
reina no puede dejar de sonreír, y apenas intenta disimular su rostro de
felicidad. Cuando el transporte se detiene en el mismo punto donde la había
recogido hace escasamente una hora, Zoltein la ayuda a descender y se despide
de ella con una tierna sonrisa. Kayra le responde de igual modo y se lanza con
ansia sobre su cama con una agradable sensación en sus adentros.
29
Los hombres de Audris y los que permanecen fieles al viejo
general Erol se alzan en armas. Otros tantos soldados nativos de Kanbas deciden
quedarse en su querida ciudad y luchar por ella hasta su último aliento, cosa
que el afligido Taerkan agradece con ímpetu.
Que aquellos bravos guerreros ofreciesen sus vidas para dar
la oportunidad al resto de huir sin ser descubiertos, emociona al monarca Knöt.
Valerio y su hijo Paulo ya hace rato que han entrado en las
profundidades del conducto junto con su ejército.
-Vamos, majestad, marchaos de una vez –le insiste Erol. Los
que ya caminan por el pasaje secreto han acelerado prudentemente el paso y ya
apenas quedan civiles por cruzar el umbral.
Ahren se funde en un abrazo con la capitana de Skórgull que,
sorprendida, se lo devuelve. “El reino y yo os estaremos eternamente
agradecidos, valiente Audris. Nos volveremos a encontrar”, le dice al oído con
contenida pena. “Nos veremos allá dónde los valientes aguardan el final de los
días, mi señor”, responde ella con emoción.
Y acto seguido el consejero se acerca a Taerkan al que le siguen
insistiendo para que parta.
Sabe que deben irse de inmediato, mas le cuesta dejar atrás
a una buena parte de sus hombres. Huir sin luchar no era su estilo y
últimamente se estaba convirtiendo en un hábito.
-Señor, por favor, no hagáis que nuestro sacrificio sea en
vano. ¡Marchaos de una vez! –dice suplicante Erol.
Y aunque no soporta la idea de dejarles allí, asiente
dándole la razón a su viejo amigo y parte, no sin antes darle un fuerte abrazo
y desearle suerte. En cuanto su escolta, Ahren y él mismo han cruzado la
puerta, esta se cierra pesadamente dejando atrás todo por lo que sus
antepasados lucharon, destrozándole el corazón.
Es mediodía cuando Kayra despierta. Alguien está llamando
insistentemente a la puerta y no le queda más remedio que levantarse y abrir o
acabará echándola abajo. Una vez abre y se acostumbra a la cegadora luz del
exterior, consigue distinguir que quien llama es uno de los hombres de Erwynd
que le suena del día anterior.
-Me envía el gobernador, dice que os espera en la entrada al
consistorio inmediatamente –y tal como lo dice, da media vuelta y se marcha sin
esperar preguntas u objeciones por parte de la joven.
No habiendo descansado gran cosa, lo que menos le apetece
ahora mismo es tener que vestirse y salir de su confortable cama, mas debía
hacerlo si no quería quedar como una maleducada con Erwynd y su hospitalaria
gente. Se lava un poco con el agua fresca que hay en la palangana de su
tocador, se pone ropa limpia y se peina como bien puede, y antes de salir de la
habitación, echa una breve ojeada a la cama revuelta y resopla con fuerza.
Varios pasillos después, ahí está Erwynd como bien le había
hecho saber el emisario. Este, que se percata de la llegada de Kayra, se gira
hacia ella con su habitual sonrisa, sonrisa que sufre una leve crisis cuando el
anciano observa el ojeroso rostro de la chica.
-Veo que lo pasasteis bien en la fiesta de anoche –observa
en voz alta renovando su cordial sonrisa. Kayra asiente con timidez; no podía
decirle que el motivo de que no hubiese podido apenas pegar ojo había tenido
que ver con su hombre de confianza-. Tal vez preferiríais seguir descansando.
-No, para nada –responde intentando no parecer muy cansada
-. Ya que estoy despierta, mejor será aprovechar el día.
Sonríe lo más sinceramente que puede y el anciano parece
conforme con la idea.
-Siendo así, demos un paseo por la ciudad. Estoy convencido
de que os gustará –propone, y le ofrece el brazo para que ésta se agarre a él,
cosa que hace con sumo gusto.
Caminan y cruzan diversos puentes colgantes dando a parar a
plazuelas y mercados donde la gente ofrece trueques e intercambios de
mercancías. El jolgorio es tal, que a Kayra le parece increíble que los que
caminan a ras de suelo por este bosque no alcancen a oírles.
La presencia de la norteña despierta en los lugareños mucho
interés y se forman grupitos que cuchichean allá por donde pasan. “Sois la
novedad, se les pasará”, dice Erwynd tratando de quitarle importancia pues nota
que la situación empieza a incomodar a la muchacha. Le da un par de palmaditas
en la mano que se aferra a su brazo a modo tranquilizador, y esta no puede más
que agradecerle con una modesta sonrisa.
La gente de los puestos les ofrece manjares de degustación
insólitos para la chica, de aspecto a veces poco agradable, pero de
sorprendentes deliciosos sabores. Poco a poco la presencia de Kayra empieza a
no ser tan intimidante, en parte debido a que se muestra sumamente cordial con
todo el que le saluda o dirige la palabra.
En la improvisada excursión por la ciudad, acaban en la plaza más grande e
importante de la ciudad colgante. En ella, una serie de enormes espitas
incrustadas en la gruesa madera conforman una fuente natural donde el agua
fluye, formando pequeños riachuelos que abastecen a las casas
cercanas.
El ingenio de este pueblo la tiene totalmente anonadada.
Entrada la tarde, continúan de excursión y Kayra se emociona
ya que empieza a ver algo que hace mucho tiempo que no veía: niños. Los infantes
corretean entre el gentío por aquí y por allá revolucionándolo todo. Son ágiles
y se mueven por los diversos niveles de la ciudad con una habilidad increíble.
-Quién fuese niño de nuevo para vivir la vida tan
intensamente –opina Erwynd; en su siempre sonriente rostro se refleja una
pincelada de añoranza y pena cuando observa lo felices que parecen los niños
jugando aquí y allá, pero se borra tan
rápido como aparece-. ¡Cómo se nota que acaban de salir de sus lecciones!
De vuelta en la plaza, algunos se acercan al anciano para
saludarle y contarle lo que han aprendido hoy, y Erwynd se muestra tan paternal
con estos que Kayra empieza a plantearse lo que hay de cierto en lo que su
padre le contó acerca de este misterioso hombre.
El resto de los pequeños se sientan en el centro de la plaza
a la espera de algo o de alguien. Pasan unos segundos, y un jovencito aparece y
toma asiento enfrente del corrillo que inmediatamente guarda silencio,
expectante. Los rezagados también se unen ansiosos al grupo y el muchacho
comienza a contarles un cuento, un cuento que habla de un niño que vive en un
mundo de seres mágicos y corre grandes aventuras. Los boquiabiertos niños
estallan de placer cuando el protagonista del cuento vence a cada uno de los
monstruos a los que se enfrenta; vitorean y celebran las conquistas y aplauden
con entusiasmo cuando el cuento acaba con un glorioso y triunfante final.
Con ganas de más, animan al muchacho a que les cuente otro
cuento. Este comienza con una leyenda sobre los bosques y sus misterios, pero
algunos, que parece que se aburren con este tema, comienzan a cuchichear y a
interrumpir el relato.
-Si no dejáis de molestar, no volveré a contaros ni un solo
cuento más –amenaza el chico harto de los parones y el barullo.
Algunos reprenden a los que alborotan pero estos se
manifiesta descontentos con las historias, acusándolas de reiterativas. Ante
tales críticas, el joven decide cambiar de estrategia.
-Así que os aburren los misterios de este gran bosque, ¿eh?
Entonces no querréis saber nada acerca del demonio deforme que atormenta a los
viajeros y se alimenta de niños extraviados…
Al oír tan suculenta presentación, los infantes suplican y
alientan al muchacho para que continúe con su historia. Entonces el
cuentacuentos se pone en pie y con aire teatral comienza la narración.
-Este bosque alberga toda clase de criaturas: criaturas
bellas y horrendas, mas también buenas y peligrosas; y entre las peligrosas,
las peores, se encuentra el demonio deforme que habita en lo más profundo de
nuestro gran bosque. Nadie le ha visto nunca realmente, ya que se dice que
quien logra hacerlo jamás vuelve a ver la luz del sol. Cuenta la leyenda que el
demonio es hijo de los seres que habitaban aquí hace eras; que era el hijo del
mismísimo rey de esta ciudad que, avergonzado por el monstruoso aspecto de su
primogénito, quiso deshacerse de él. Sin embargo, su madre, la reina, que no
quería que nada malo le pasase a su pequeño por muy horrible que fuese, buscó
la forma de mantenerle con vida aunque eso supusiese que no pudiese vivir en su
mundo con los de su raza. Sabedora de que en los lindes del bosque habitaban
criaturas nuevas y frágiles de aspecto similar al suyo, se decidió a pedirles
que cuidasen de su hijo.
>>La noche siguiente del nacimiento del bebé, cuando
el rey se disponía a mandar ejecutar a su retoño, la reina descendió desde su
elevado palacio y huyó entre la oscuridad en busca de esas criaturas, que se
hacían llamar hombres, a las que dejaría a cargo a su hijo –los niños, que han
estado muy atentos hasta ahora, manifiestan su emoción-. Cuando la hermosa
reina al fin alcanzó la casita donde habitaban, sintió miedo por primera vez en
su larga vida al no saber cómo sería recibida por estos seres con los que nunca
nadie de su gente había tenido contacto alguno. Aún con todo, se armó de valor
y llamó a la puerta –entonces el joven escenifica los golpes que da el
personaje en la puerta diciendo en voz alta “toc, toc, toc”, cosa que los
chiquillos repiten alegremente-. Y, tras unos instantes, una luz nace dentro de
la casa y una criatura con asustado aspecto entreabre la puerta. Se sorprende y
asusta a la vez al ver ante su puerta a tan enorme y hermoso ente. Su
apariencia es similar a la de cualquier mujer de su raza, pero su gran tamaño y
sus exóticos rasgos, además de un tenue resplandor verdoso que emana de sus
ojos, confirma su extraordinaria procedencia. “No temáis, buen señor que nada
malo pretendo. Vengo apelando a vuestra compasión pues necesito de vuestra ayuda”,
dijo la reina justo a tiempo para evitar que el hombre cerrase la puerta. Y
este, aunque dubitativo, aguardó unos segundos a la espera de la explicación
del bello ser. “¿Quién o qué sois, mi señora?”, preguntó el campesino
confundido, pues aunque había oído hablar de leyendas sobre bellos y
civilizados seres que habitaban los bosques desde que los hombres poseen
memoria, jamás había visto uno en todos sus años de vida. “Vengo del reino del
bosque, y allí he de regresar lo antes posible por ello debéis escuchar mi
petición”, le respondió con premura. Entonces le enseñó lo que entre sus brazos
llevaba, y justo en ese momento la esposa del campesino asomó por detrás de su
esposo y no pudo evitar acercarse a la reina y tender los brazos a aquella
pequeña criatura que lloriqueaba envuelto por unas ricas mantas. “Este es mi
desafortunado hijo, Bastiem”, y la esposa del campesino le observó con ternura
pese a su desafortunado aspecto. El bebé emitió un chillido y sonrió, y la
mujer se enterneció. “Os suplico que le acojáis y lo criéis como si de vuestro
hijo se tratase. En mi pueblo corre peligro…”, les pidió y antes de que pudiese
acabar de hablar, la campesina le dijo que sí, que no hacía falta que dijese
más, que ellos le cuidarían. “Pero, querida, no tenemos casi alimento para
pasar el invierno nosotros, ¿qué haremos cuando las cosechas vayan mal, o
cuando las vacas no nos den más que leche agria?”, preguntó angustiado su
esposo. “Cada estación recibiréis alimento en abundancia como pago por vuestro
favor”, dijo la reina de los bosques. Más aliviado ante la idea, el hombre
accedió a las peticiones y ruegos de su mujer, puesto que ellos por desgracia
no habían podido tener hijos. Cuando la hermosa reina se dispuso a irse,
agradecida con esos seres frágiles de reciente creación que habían demostrado
poseer un enorme corazón, les prometió que una vez cada año descendería desde
su elevado reino para ver a su retoño y que si estaba contenta con cómo le
estaban cuidando, haría que sus cosechas floreciesen y creciesen fuertes y
sanas.
-¡Primavera¡ eso es la primavera –vociferan algunos niños
mientras el muchacho se toma un respiro.
-Año tras año, el bebé se hacía mayor, y año tras año, las
cosechas germinaban y daban frutos en abundancia, y nunca faltaba la comida en
la mesa. El pequeño Bastiem crecía sintiéndose querido, ajeno a su extraño
aspecto, mas su anciano padre, en el día de su decimosexto cumpleaños, enfermó
gravemente y pocos días después falleció. Bastiem se sintió tan apenado por
ello que se adentró en el bosque solo, cosa que le habían prohibido sus padres.
Deambuló sin rumbo durante días, sin tener una percepción clara de cuánto
tiempo había pasado, hasta que un día al fin regresó a casa. Para su sorpresa,
no había nadie en casa y parecía que hacía mucho que nadie habitaba la casa.
“Pero, ¿Cuánto tiempo he estado fuera?”, se preguntó. Extrañado, esperó y
esperó mas nadie apareció, hasta que un día la hermosa reina cumplió con su
habitual visita anual. Nunca habían cruzado palabra, para así salvaguardar la
identidad de su pequeño, pero la reina al encontrarle tan triste y solo no pudo
soportar verle así por lo que se le acercó. “¿Qué haces aquí tan solo, pequeño?
¿Dónde están tus padres?”, le preguntó y el chico, que no podía hablar, se
encogió de hombros y se echó a llorar. La bella dama le consoló durante horas
y, aunque debía volver antes de despertar sospechas, se quedó haciéndole
compañía. El rey, viendo la tardanza de su esposa, ya se temía lo peor y mandó
una patrulla en su busca. Y cuando la encontraron, junto al deforme Bastiem, el
rey se enfureció tanto que lo encerró en lo más profundo del reino, le colocó
una máscara y lo aisló de todo y de todos para que nadie viese a tan horrible
ser fruto de su sangre.
>> Los años pasaban y su desconsolada madre, lloraba y
lloraba cada día por su pequeño hasta que una noche se las ingenió para llegar
hasta su celda, y con la ayuda de algunos hombres leales, consiguió liberarle. “Vete y nunca regreses, mi querido niño. Sé libre por los dos y cuídate de
todos aquellos que te odian sólo por ser como eres”. Y así lo hizo. Huyó y se
cobijó en las profundidades del gran bosque. Los años pasaron, y las eras
también, y el tiempo consigo se llevó a la hermosa civilización de los bosques
y trajo a los hombres, que nunca se habían atrevido a adentrarse en él. Hombres como sus queridos padres. Y, recordando lo buenos y
amables que habían sido con él, no dudó en acercarse a estos que, al verle, le
tacharon de monstruo y lo repudiaron, encerraron, castigaron y torturaron durante
años
>> Y la crueldad de aquellos que le temían sólo por su
aspecto le convirtió realmente en un monstruo.
Los niños ojipláticos, habían guardado tal silencio que se
podía oír la voz del joven cuentacuentos en cada rincón de la plaza. Hasta
algunos adultos que se habían parado a escucharle se habían quedado sin
palabras.
-Entonces, ¿odia a los hombres porque fuimos malos con él?
–reflexiona entristecida una niña en voz alta.
-Eso es lo que cuentan las leyendas. Todo aquel hombre que
se le acerca o se topa con él, muere entre terribles sufrimientos. Por eso no
debéis vagar nunca solos por el bosque.
Preocupados ante tal fatal destino, todos asimilan lo
peligroso que es descender y vagar por el bosque, no al menos hasta que fuesen
lo suficientemente grandes y fuertes para poder hacerlo.
-¿Y cómo es el demonio? –pregunta otro pequeño.
-Dicen aquellos que le han visto, o creen haberlo hecho, que
tiene un gran tamaño, pero que camina encorvado debido a una enorme joroba que
corona su cuerpo. Tiene brazos fuertes y se mueve con gran agilidad por los
bosques, que son su hogar –responde, imitando la postura y cogiendo a un par de
niños asustados a los que acaba haciendo cosquillas-. Además tiene unos ojos
que llamean con verdor, mas cuando se enfada, se transforman monstruosamente.
El corazón de Kayra da un vuelco. El cuentacuentos había descrito algo muy parecido a la silueta que en varias ocasiones había visto desde que estaban en estas tierras boscosas. La primera vez que la vio no pudo evitar que la desconfianza y el temor se apoderasen de ella, sin embargo, la segunda vez, no pudo sino sentirse agradecida ya que estaba convencida de que la había ayudado a encontrar las plantas que salvaron la vida de Tafari.
Está sumergida en sus contradictorios pensamientos hasta que la voz de Erwynd le sugiere que regresen al consistorio.
Por el camino, un apurado Zoltein aparece. Se planta frente a ellos y comunica
a Erwynd que han surgido unos problemas con algunos miembros de la comunidad,
que se solicitaban sus servicios.
-Uno no puede tomarse un día de descanso sin que surjan
problemas, ¿eh? –manifiesta el anciano, y se despide de la norteña-. Siento
tener que abandonaros, querida niña, pero el deber me llama –se gira hacia
Zoltein y dice-: Cuidadla.
30
Onar pasea por la ciudad colgante junto con Rostam, que ya
ha conseguido dominar su pánico a las alturas, y quedan embelesados con sus
paisajes y gentes. Conversan mientras caminan y se recrean con las variopintas
costumbres de los que allí habitan.
En uno de estas caminatas se cruzan con Argus que va
acompañado por la hermosa Runa. Esta habla animada con el norteño que se
mantiene callado la mayor parte del tiempo escuchándola atentamente, mas en
contraposición con su habitual semblante estricto, ahora se muestra relajado y
hasta esboza alguna sonrisa que otra.
Los hombres del desierto pasan un rato agradable charlando
con algunos lugareños, hasta que de pronto Rostam dice:
-¿No es aquella de ahí la reina Kayra? –señala hacia un
puente que cruza por debajo de la plazuela en la que están sentados disfrutando
del panorama.
La joven camina conversando alegremente con Zoltein, y Onar
no puede evitar sentir cómo una sensación amarga y cálida le emerge desde el
estómago y sube a toda prisa hasta instalársele en la boca. Se siente irritado
al ver cómo su aliada hace tan buenas migas con estos extraños que, aunque se
estaban portando francamente bien con ellos, no dejaban de ser gente de la que
desconfiar, y más irritado se siente aún al verla con el líder del grupo que
les capturó. Algo en ese chico no le gusta y no puede evitar que un sentimiento
de odio totalmente visceral se apodere de él.
-Se ve que se lo pasan bien los norteños aquí –reflexiona
burlonamente Rostam. Al notar que su comentario jocoso no ha surtido el efecto
esperado, y que su señor sigue tenso, le propone-: Vayámonos a saciar la sed;
si en este sitio hay alguna cantina o taberna, sin duda la encontraremos.
El banquete que les preparan para la cena es tan variado
como la noche anterior, aunque más íntimo. Los que van llegando ocupan su lugar
y aguardan al resto. Onar ya está situado cuando Kayra hace acto de presencia,
y trata de evitar dirigirle la mirada. Los últimos en aparecer son Tafari y
Alika y todos se alegran al ver cómo el hombre de la tribu roja apenas cojea.
-Tenéis muy buen aspecto, compañero –dice Rostam dándole un
par de palmadas en la espalda.
-Es todo gracias a Oddur y a su valioso don para la
curación.
Oddur, que se ruboriza, se quita méritos con un ligero gesto
de la mano. Todos toman asiento en la misma mesa y Kayra no puede evitar notar
que Onar la rehúye, lo que le hace pensar en que quizás sería de recibo
disculparse con él por la falta de respeto al no tenerle en cuenta en la
decisión de permanecer en Logó Falhu; a fin de cuentas, le debía gratitud tanto
a él como a sus hombres por ofrecerse sin reparos para la temeraria misión que
les propuso. “Hablaré con él tras la cena”, piensa mientras Erwynd entra en la
sala y todos los allí reunidos comienzan a degustar las deliciosas viandas.
Una vez tienen llenos los estómagos, la mayoría de los
comensales se retira a descansar. Uno de los primeros en hacerlo es el príncipe
Knöt, que se excusa y se marcha diligentemente de la sala. Entonces Kayra se
dispone a ir tras él para poder mantener una conversación, cuando Erwynd se le
acerca y se sienta junto a ella.
-Mi querida señora, creo que ha llegado el momento de que
vos y yo conversemos acerca de mi problemática fama allá por tierras del norte
–le dice con los labios apretados pero sonrientes. Aunque el tema que van a
tratar no es del todo cómodo, no puede eludir la situación por más tiempo, así
que Kayra decide posponer la charla con Onar.
El resto de la compañía se marcha de la sala dejando a la
reina Griundel y al anciano a solas. Este solicita una botella de un espeso
licor verdoso que un jovencito le trae prestamente, para luego retirarse
también.
-No es que quiera importunaros con el tema en cuestión, pero
entenderéis que la reputación es un bien muy preciado para un hombre y que esta
se vea mancillada es cuanto menos frustrante –continúa una vez que todos se han
marchado; le sirve un vaso del fuerte licor a Kayra y se sirve otro para él.
-Bueno, yo era demasiado joven para recordarlo, pero mi
padre no parecía tener muy buen recuerdo de vuestra persona.
El anciano arruga la boca, como si hubiese recordado algo
desagradable, y se bebe de un trago el vaso de licor. Cuando lo está rellenando
de nuevo, dice:
-Yo quería mucho a vuestro padre, ¿sabéis? Hubiese dado mi
vida por él con solo pedirlo, pero a veces las circunstancias no son las que
nos gustarían que fuesen.
Y la sala enmudece durante unos instantes.
-¿Qué pasó, Erwynd? ¿Qué puede ser tan grave para que se
ponga en duda vuestro honor?, ¿para que pasarais de ser uno de los hombres de
confianza de mi padre a ser considerado un enemigo, un traidor a la corona?
–pregunta Kayra concisa con aire severo.
El anciano resopla y se acicala la rala barba con gesto
pensativo. Sus ojos recorren de punta a punta las aristas de la mesa de madera
con nerviosismo.
-Las cosas no son blancas o negras, jovencita, y eso es algo
que aprenderéis con los años. A veces podemos ser fieles a nuestros principios
y otras veces debemos saltárnoslos por el bien de los demás y el de uno mismo.
-Jamás sería capaz de ir en contra de mis principios, de mis
valores. Eso solo lo hacen los necios.
-O los prudentes. Como ya os he dicho: no todo es blanco o
negro –puntualiza el anciano. Ante la expresión de negación de la joven
norteña, prosigue -: ¿Y si os dijesen que tenéis que escoger entre vuestra
propia integridad y la de las personas que queréis y respetáis?
“Conservar mi integridad ante todo”, es lo primero que se le
viene a la cabeza, mas cuando se para unos segundos a reflexionarlo, es
consciente de que incluso ella misma ya ha traicionado en alguna que otra
ocasión sus propios principios en pos del bien de su pueblo y de sus seres
queridos.
-¿Vuestro padre os contó algo más de mí aparte de que me
considerase un traidor? –pregunta Erwynd, y al no obtener respuesta, profiere
una amarga risotada-. Veo que no soy más que un fantasma para los de mi propia
sangre.
La confusión hace mella en la norteña y, a pesar de lo
habituada que está a ocultar sus emociones, no puede evitar arquear las cejas y
torcer el labio en señal de duda.
-Bueno, en ese caso supongo que me tocará a mí desvelaros la
verdad. Yo nunca traicioné a vuestro padre, simplemente me marché sin
despedirme y supongo que se le partiría el corazón. No todos los días se pierde
a un hermano.
-¿Hermano? –repite Kayra anonadada.
-Hermanastro más bien. Soy el hijo bastardo de vuestro
abuelo, el rey Kolt.
El mundo se detiene tan de golpe para Kayra que siente con
fuerza cómo le da un vuelco al corazón. La imagen de su padre abrazando al que
ha resultado ser el gobernador de esta ciudad le viene a la mente. No es que
para Krël fuese un hombre de su confianza, es que se trataba de su hermano.
Erwynd se bebe el vaso de una sentada y resopla antes de
continuar.
-Vos erais aún una niña cuando me marché de Aldgar. A pesar
de ser un bastardo, vuestro abuelo decidió darme la oportunidad de compartir su
techo; no tendría privilegios ni títulos, pero no pasaría hambre y no sería el
objetivo de alguna maniobra conspiratoria. O al menos eso solía decir
–recuerda, y se sirve otro trago-. Cuando Krël fue coronado, temí mucho por mi
situación. Vuestro padre y yo nos teníamos en alta estima, mas los ojos de
algunos indeseables se fijaron en mí y en todo lo que mi sangre podía darles.
Me ofrecieron todo tipo tratos y beneficios, y rechacé todos y cada uno. Le
debía tanto a la corona que no podía negarle a su legítimo heredero.
Coge el vaso y juguetea con él entretanto lo mira con un
destello de melancolía en sus ojos, luego mira a Kayra y dice:
-Erais tan pequeña, tan frágil cuando tuve que alejarme de
allí…
-¿Y por qué tuvisteis que hacerlo?, si lo que decís es
cierto, demostrasteis vuestra lealtad rechazando los planes conspiratorios en
contra de mi padre. ¿Qué paso para que mi padre, aún con todo lo que hicisteis
por amor a él, os considerase un traidor hasta el último de sus días? –pregunta
Kayra una vez recompuesta tras la conmoción inicial; las palabras van saliendo
de su boca con cada vez más convicción y seguridad mostrándose casi desafiante.
Algo de lo dicho
provoca una fuerte y breve presión en el pecho del anciano. Que su rey, su
querido hermano, se hubiese marchado de este mundo con la idea de que su
hermanastro era un traidor le causa gran pesar y dolor.
-Pocos meses después de que cumplieseis cinco años, hubo
algunas revueltas y levantamientos civiles. El sur moría de hambre gracias a
las escasas cosechas, mientras que el norte seguía solicitándoles alimento con
la excusa de ser los que guardan la barrera. El sur se encendió como nunca
antes lo había hecho y vuestro padre me envió con algunos hombres para tratar
de calmar las cosas. Mientras tanto, vuestro abuelo agonizaba moribundo –se
detiene unos segundos en los que toma una larga bocanada de aire y cierra los
ojos con fuerza antes de continuar-. Intentamos apaciguar la ira de los pueblos
del sur, y tuvimos bastante éxito, hasta que volvió a aparecer la sombra de la
conspiración. Sin apenas darme cuenta, medio reino clamaba porque me enfrentase
a mi hermano por la corona y no podía hacer nada por remediarlo. Me utilizaron
de cabeza de turco, y vuestro padre llegó a creer que realmente yo estaba
detrás de todo. Tras un grave conflicto, y numerosas bajas, decidí que mi sitio
ya no estaba en aquellas tierras y me marché sin más. No podía soportar la idea
de alejarme de mis seres queridos, pero era más seguro para todos si salía de
sus vidas. Vagué sin rumbo fijo durante un par de años, hasta que el destino me
puso en este lugar donde rehíce mi vida y prosperé- culmina su relato con
renovado entusiasmo.
-Entonces, mi padre estaba equivocado… -musita la joven, que
todavía trata de asimilarlo todo.
Erwynd asiente parsimoniosamente. Cuando Kayra abre la boca
para dar alguna clase de disculpa, Erwynd levanta la mano y la lleva hasta los
labios de la chica sin llegar a tocarlos.
-Nada de lo que digáis cambiará lo que en aquellos días
pasaron. Nada de lo que digáis me devolverá la reputación ni hará que mi buen
hermano regrese del gran paraíso para cambiar lo que pasó. Quería que al menos,
mi querida sobrina supiese la verdad, y no hay nada por lo que disculparse,
querida mía.
Una agradable sensación de ternura recorre el cuerpo de la
chica que no puede controlarse y se lanza a abrazar al anciano, que se
sorprende gratamente pues sabe que mostrar sentimientos tan abiertamente no
está bien visto en el reino Griundel. Le responde al abrazo y le da un par de
palmaditas en la espalda. Las lágrimas asoman en el aterciopelado rostro de la
norteña que trata de contenerlas con poco éxito, siendo luego secadas por los
recios dedos del anciano.
-Será mejor que dejemos la charla por hoy –propone Erwynd
con la voz conmovida sonriendo. Kayra asiente y le devuelve la sonrisa mientras
se enjuga las lágrimas.
Se despiden con un largo abrazo y una extraordinaria
sensación de felicidad.
-¿Qué hacéis aquí? –pregunta Onar al reconocer la silueta de
Oddur en la oscuridad del pasillo al que dan a parar sus aposentos.
-No podía dormir. Y veo que vos tampoco.
Ha salido de su habitación porque no paraba de dar vueltas
en la cama inquieto. Una desagradable sensación de desazón de la que desconoce
el motivo le tiene desvelado y tenía tanto calor y está tan sudoroso que ha
salido con el pecho al descubierto en busca de un poco de aire fresco que
temple sus nervios. Oddur está sentado en la baranda del balcón, en un
equilibrio perfecto y cómodo. Una tenue luz rojiza se enciende de forma
intermitente y le ilumina parte del rostro por unos segundos tras los que una
densa nube de humo difumina parte de su silueta. Cuando Onar se le acerca, le
ofrece de la aromática pipa que está disfrutando y este le acepta un par de
caladas.
-¿Y a vos qué os inquieta, si puedo preguntar? –dice el
príncipe tras exhalar una gran nube.
-Saber cómo estarán los demás allá por Andor mientras que nosotros
estamos aquí pasando una agradable estancia de asueto –le responde con
resaltado sarcasmo al final, mas su tono general es melancólico.
Otra nube emerge de la boca del joven norteño y ambos
respiran profundamente mientras el humo surte su relajante efecto.
-Puede que tenga que deberle lealtad a mi reina, pero no
estoy tan seguro de que estar aquí haya sido buena idea –reflexiona Oddur en
voz alta, para sorpresa del príncipe del desierto-. Es más, me parece lógico
que estéis molesto por ello; decidir por los demás, cuando no todos somos sus súbditos,
puede herir mucho el orgullo.
-¿No creéis que sois poco prudente hablando conmigo de estos
menesteres?
-¿Por qué?, yo cubro vuestras espaldas y vos cubrís las mías
–responde Oddur mordaz con una media sonrisa. Está claro que hace referencia al
incidente del estanque de días atrás-. Además, nadie puede poner en duda mi
lealtad a la corona Griundel y menos aún a quien la porta.
Tras unos instantes en silencio, Onar se manifiesta:
-¿Daríais vuestra vida por ella, no es así?
-Sin dudarlo.
31
El ruido de unos pasos que se aproximan les interrumpe de
súbito. Entre la negrura se distingue una silueta estilizada y contorneada, mas
la escasa luz no permite desvelar nada más sobre la identidad del caminante
hasta que no está a pocas zancadas de ellos.
Cuando la tenue luz de la luna hace su efecto, los ondulados
cabellos dorados de la hermosa reina Griundel brillan con un misterioso color
plateado y su habitual piel pálida luce perlada, lo que le da un aspecto
inquietantemente fantasmagórico.
O al menos eso le parece a Onar.
-¡Mi señora! –exclama Oddur dando un salto de la baranda y
tratando de disipar el humo que acaba de emanar de su boca.
-Tranquilizaos, Oddur, no hay nada por lo que temer –comenta
tranquilizadora con una tímida risotada al reconocer el dulce aroma que
desprende lo que andan fumando-. ¿Os importa si os hago compañía?
Mira a ambos hombres a la espera de alguna respuesta y estos
se encogen de hombros. Al principio permanecen callados, algo tensos, y más aún
cuando Kayra se percata de que el príncipe Onar va bastante destapado. Reconoce
el imponente y escultural físico del gran guerrero que es y nunca ha dejado de
admitir que posee una belleza exótica increíblemente magnética, ayudada ahora
por unos geométricos tatuajes que le recubren sendos antebrazos y un enorme y
labrado rosetón que ocupa gran parte de su amplia espalda. Pero no estaba allí
para recrearse en esas cosas, se recuerda.
-¿Vos tampoco podíais dormir? –pregunta al fin Oddur
rompiendo el tenso silencio.
-Aún ni lo he intentado. Vengo de mantener una entretenida y
clarificadora charla con Erwynd –responde con cierto sarcasmo, mas puede sentir
cómo el joven del desierto se ha puesto aún más tenso al oírlo. Pide a su
hombre que le pase la pipa, a la que da un par de caladas profundas, y cuando
se la devuelve, prosigue -: Y ahora me toca mantener otra con su alteza Knöt,
si está de acuerdo con ello.
La sorpresa de Onar es manifiesta, y aunque trata de
contener su lengua, no puede controlar que en su mente resuene un “¿Ahora sí
que os importa mi opinión?”. Sin embargo, se limita a asentir en señal de
aprobación y Oddur se retira lo más rápida y sigilosamente que es capaz.
Kayra toma una larga bocanada del fresco aire que les rodea
y trata de ordenar sus ideas antes de comenzar a hablar.
-Tengo algo importante que contaros, aunque me hicieron
prometer que no lo haría…
-Eso me suena –musita mordaz el joven.
-Sí, bien, creo que me lo merezco –dice Kayra tomándoselo
con algo de humor y relajando el ambiente; luego su expresión se agrava-. Pero
esto es bien serio, mi señor. Nuestro enemigo, el reino Martu, sabe de la
existencia de esta compañía.
Y aunque la escasa luz ayuda a mantener oculto su creciente
temor, la sangre se congela en sus venas y empalidece al instante como hiciera
Kayra cuando supo de esta noticia.
-¿Saben quiénes formamos el grupo y lo que pretendemos?
Pero, ¿cómo…? –pregunta Onar en un hilo de voz.
-No creo que sepan qué pretendemos o quiénes componemos en
realidad el grupo –trata de calmarle Kayra-, pero sin duda tendremos que ir con
extremo cuidado. Han ofrecido una recompensa por nuestras cabezas y esos
rumores ya están alcanzando a estas tierras.
-¿Y cómo lo sabéis?
-Erwynd me lo contó la pasada noche.
-¿No creéis que es injusto todo esto?
-¿A qué os referís? –pregunta la chica confusa.
-A que no sólo decidís por vuestra cuenta nuestra estancia
aquí, sino que encima me ocultáis una información tan crucial –le aclara Onar,
pero su tono no es irritado como cabría esperar, es de inquietante decepción lo
que descoloca mucho más a Kayra.
-Yo…Supongo que os debo una disculpa –dice arrepentida la
norteña-. Estoy bajo tanta presión siempre que a veces me olvido del mundo que
me rodea. Mi soberbia es mi peor enemiga. Lamento mucho que os hayáis sentido
ninguneado, príncipe Onar.
Agacha la cabeza sumida en una gran vergüenza. Y aunque Onar
sigue resentido, valora la utilidad que para su gente puede tener que riñan así
entre ellos. Haya obrado mal o bien, el que ahora se enfrentasen por una
minucia semejante no convenía a nadie. Se serena y dice:
-Es evidente que la pierna de Tafari necesitaba reposo y,
sea más o menos de fiar esta gente, nos convenía hacer un alto en el camino –se
apoya en la baranda cansado, y prosigue -: Además, no nos están tratando nada
mal aquí aunque no alcance a comprender el por qué de que actúen así.
Esboza una media sonrisa y Kayra le imita.
-En realidad, somos huéspedes porque les es conveniente que
así lo seamos –comenta la chica, y ante el gesto de duda de Onar, le explica el
interés de Erwynd por preservar la nobleza de su pueblo ocultándoles en la
medida de lo posible los rumores sobre la recompensa que por ellos se ofrece -.
Es curioso cómo todo se reduce al interés. Mas, sea por el motivo que sea, aquí
estamos a salvo.
Pero algo perturba de repente al joven príncipe.
La pasada tarde, él y Rostam habían estado buscando algún
tipo de taberna donde poder tomar unos tragos y evadir la mente, y tras una
buena caminata por la enorme ciudad, al fin encontraron una. En el lúgubre
lugar, el olor a alcohol y el humo impregnaban cada rincón, y aunque estaba
bastante vacío, en una mesa un grupo de hombres charlaba animadamente. A los
pocos minutos de estar allí, cuando el camarero les estaba sirviendo el primer
vaso, otro grupo de hombres entró, lo que produjo que la sala enmudeciese de
golpe. La tensión era palpable. Los hombres que ya estaban allí bajaron el tono
casi atemorizados. Hasta al dueño de la taberna se le cambió la cara por
completo, aún así, se les acercó diligentemente para servirles.
Estos misteriosos hombres tomaron asiento en una mesa a
pocos metros de los miembros de la compañía, no sin antes echarles una crítica
mirada. Una vez sentados, la tensión disminuyó y empezaron a charlar con
fanfarronería y altanería, por lo que Onar y Rostam dejaron de prestarles
atención.
Pasado un rato, un furtivo comentario les hizo recobrar el
interés. Los hombres hablaban sobre lo hartos que estaban del gobierno actual
de su ciudad, y entre berrido y berrido, proponían que uno de ellos, un tal
Viko, fuese quien les dirigiese una vez que cayese “el viejo”, como llamaron
con desprecio a Erwynd.
-Ya está bien de tanta tontería y de tanta norma –dijo el
tal Viko, y los demás le vitorearon-. Ya bastante nos cuesta mantenernos a
nosotros como para estar siempre acogiendo a viajeros extraviados –se quejó
señalando de soslayo a los Knöts; otro vítor más-. ¡Ya está bien de tanto
secretismo! Ha llegado la hora de un cambio, viejo. Pronto cambiarán las cosas
por aquí, amigos míos.
Y todos estallaron en risas y comentarios de aprobación.
Algo en el tono de esa última frase inquietó a los hombres del desierto, mas
acabaron quitándole importancia pasados un par de tragos.
“No estaría yo tan seguro de que aquí estemos a salvo”, se
dice para sí recordando aquel incidente.
-Si no tenéis nada más que decir, yo … -manifiesta Onar
observando el largo rato en silencio que llevan.
Kayra no le contesta. Parece pensar algo tan
ensimismadamente que no ha oído al chico, por lo que este decide retirarse, mas
cuando está a punto de abrir la puerta de sus aposentos y desearle buenas
noches, Kayra se manifiesta.
-¿Sabéis lo mejor de todo? –pregunta retóricamente-. Que al
final todo queda en familia.
Da media vuelta y se marcha sin más, dejando al muchacho
ciertamente desconcertado.
En el ala de las chicas, Alika y Cyra están también
charlando disfrutando del fresco aire de la noche. Cuando Kayra se les acerca
para unírseles, Cyra muestra una mueca de descontento y se retira antes de que Kayra las alcance. Percibiendo que Cyra le ha huido, le pregunta a Alika:
-¿Sabéis si le pasa algo?
A lo que la chica de tierras salvajes no sabe dar respuesta,
y se limita a encogerse de hombros con el gesto torcido. Decepcionada, la reina
decide que ha tenido suficientes problemas por ese día.
32
-¡Vamos!, necesito que los arqueros y que todos aquellos que
sepan tirar con arco se aposten en lo alto del muro norte –ordena sin titubeos
Erol.
Audris y sus hombres obedecen al viejo general Knöt sin
reparos. Ya no hay líderes ni altos rangos de los que acatar órdenes, ya solo
se tienen los unos a los otros para hacer frente de la mejor forma posible a su
fatal destino.
La supervivencia es lo único importante.
-¡Daos prisa! –dice Audris mientras suben las escalinatas
que dan a parar a lo alto del muro. Una vez están arriba, se colocan cada uno a
varios metros de los otros para así cubrir más terreno-. ¡En posición!
El enemigo es más numeroso que en los pasados ataques y su
fiereza también se ha acrecentado. Se les ve decididos a conquistar a toda
costa la gran ciudad dorada. Entre las tropas que se mantienen a la
retaguardia, Biefrin se recrea al pensar que solo es cuestión de tiempo que el
gran rey Taerkan se postre a sus pies.
Los arqueros cargan y apuntan hacia los numerosos soldados
que corren en dirección al muro, derribando a un número ínfimo de enemigos, así
que cargan de nuevo. Repiten la operación varias veces más, hasta que estos
alcanzan los muros y unas altas escalinatas surgen de entre la marea negra,
elevándose, tratando de alcanzar las altas almenas de los muros de Kanbas.
Consiguen repeler las primeras tentativas, mas cada vez es
más ardua la tarea de contenerlos.
El ruido de algo que le parece un espejo o un cristal
rompiéndose estruendosamente en el silencio de la noche la despierta de súbito.
Kayra se incorpora de inmediato en la cama y, casi sin respirar, aguarda en silencio
ante cualquier otro sonido. Pero nada más se oye en casi un minuto por lo que
se decide a regresar a sus mundos de ensoñación pensando que no ha sido más que
fruto de su imaginación o que ha sido producto de un accidente puntual de
alguien.
Un golpe fuerte y seco la vuelve a alertar, y acto seguido
otros tantos golpes y pasos fuertes resuenan en la habitación contigua. Coloca
la oreja sobre la pared para cerciorarse del origen del murmullo y, aunque hay
una densa capa de madera que amortigua todo sonido, distingue una voz masculina
que habla en tono bajo. No eran imaginaciones suyas; el ruido provenía de la
habitación de Alika. “Algo malo está pasando”, piensa, se pone en pie con toda
la cautela de que es capaz y mira a su alrededor en busca de algo que le sirva
como defensa. La escasa luz de la luna que entra por el ojo de buey de la puerta
no es de gran ayuda y no encuentra nada que le sirva hasta que se fija en una
pequeña mesa que hay junto a la cómoda. Se lanza a por esta a la que da la
vuelta, con extremo sigilo, y trata de desmontarle una de las patas tirando con
firmeza de ella. Tras varios intentos, la pata empieza a ceder y es al cuarto
al que consigue hacerse con ella, y justo a tiempo, pues una sombra asoma por
el ojo de buey.
De un salto se coloca tras la puerta, y de repente, esta se
abre con violencia y varias siluetas se adentran en la estancia y se dirigen
con decisión a la cama donde hasta hace unos minutos yacía plácidamente la
norteña.
-No está aquí –susurra una voz.
-¿Cómo que no está? –pregunta otra voz confundida-. Si esto
sale mal, no sabes lo que nos hará.
-Lo sé, pero no está –le responde la primera voz con
desespero.
Una de las sombras se recrea en la cama, la palpa y dice:
-Aún está caliente.
La otra sombra deambula por la habitación hasta que se
percata de la posición antinatural de la mesilla a medio desmontar. Cuando va a
comunicárselo a su compañero, Kayra emerge de entre la oscuridad y le propina
un duro golpe en la cabeza que le hace caer desplomado. El fuerte ruido de la
caída alerta al otro intruso que desenvaina la espada corta que lleva en el
cinto y ataca a la joven. Esta esquiva las torpes estocadas y frena otras
tantas con la resistente pata de madera.
-Dejad de resistiros, no tenéis nada que hacer –dice el intruso
entre jadeos.
Queda manifiesto que lo suyo no es la lucha con espada. Sus
movimientos son poco eficientes y la fuerza empleada en cada estoque es
desmedida para luego mantener el equilibrio y el control. De haber tenido su
espada, Kayra ya se habría librado de su atacante, mas hace lo que puede con lo
que tiene. Esquiva varios ataques más y en el último, que deja al descubierto
gran parte del costado de su atacante, le consigue golpear con contundencia. Se
oye un intenso crepitar de costillas y el asaltante cae al suelo retorciéndose
de dolor.
Aprovechando que se ha desprendido de su espada, Kayra la
coge y se le acerca intimidatoriamente.
-¿Quién diantres sois y qué queréis de nosotros? –le
pregunta poniéndole la punta de la hoja en el gaznate. Viendo que se muestra
poco colaborador, le oprime las costillas rotas.
-No os diré nada, da igual lo que me hagáis, ellos vendrán
cuando vean que no volvemos –le responde escupiendo algo de sangre. Sonríe
abiertamente con los dientes envueltos por una fluida capa escarlata y, tras
varios carraspeos sanguinolentos más, expira.
Kayra echa un ojo a su alrededor. La sangre del que recibió
el golpe en la cabeza invade la estancia, reluciendo con la luz de la luna, y
el rostro sonriente del que acaba de morir le dan un aspecto siniestro a la
escena.
Deja de recrearse cuando oye el rumor de unos pasos que se
aproximan. Sujeta con fuerza la espada y se dirige con extremada cautela hacia
la habitación de Alika.
Tras asomarse con precaución, y no ver a nadie en el pasillo, aprieta el paso y
descubre que la puerta de la habitación de su compañera está abierta de par en
par y que, tras ella, se encuentra la joven tirada en el suelo inerte.
-Alika. ¡Alika! –la llama mientras le da media vuelta y le
palpa el pulso. Está viva, malherida e inconsciente, pero viva.
De repente cae en la cuenta de que Cyra ha podido sufrir la
misma suerte y se ve obligada a ir en su ayuda. Los rumores de pasos son cada
vez más evidentes y no puede arriesgarse a averiguar si se tratan de amigos o
enemigos. Sale de la habitación convencida de que aún están lejos cuando, se
topa de bruces con dos hombres enmascarados que le cortan el paso.
-Vaya, vaya, vaya. Estos extranjeros no dejan de
sorprenderme –ríe uno de ellos.
Los hombres desenvainan sus armas y Kayra comienza a
retroceder. Debe huir y dar la alerta, pero apenas le da lugar a reaccionar
cuando otro hombre que ha aparecido a sus espaldas la sujeta con fuerza y la
obliga a soltar la espada. La chica forcejea con fuerza, mas no consigue
zafarse de su captor.
El hombre que se había reído se le acerca, observa la
expresión de odio y repulsión de la joven y le da una fuerte bofetada que le
provoca de nuevo una risotada. Algo llama la atención de Kayra una vez se
recompone del golpe, algo que le es familiar y que cuelga del cuello de quien
le habla. Un medallón con un grabado muy peculiar.
-No tenéis nada que hacer, preciosidad –le dice divertido.
Luego mira a sus hombres y ordena-: Lleváoslas de aquí antes de que tengamos
alguna visita indeseada.
Otros dos hombres aparecen en escena. Uno carga con el
cuerpo inerte de Cyra, y el otro se adentra en la habitación de Alika y se la
lleva a rastras.
-Lo siento, querida, pero no podéis ver a dónde nos
dirigimos. Es una sorpresa –se burla el hombre del colgante y le propina un
fuerte golpe en la cabeza que lo torna todo oscuro.
La oscuridad empieza a disiparse y nebulosas imágenes
comienzan a vislumbrarse. Siente cómo le zumban los oídos y le pesa la cabeza,
también percibe en su boca ese sabor a hierro tan característico de la sangre y
el calor de los primeros rayos de sol acariciando su piel. Un ahora pronunciado
dolor en muñecas y hombros le lleva a observar sus extremidades superiores y
descubre que está atada a un árbol, con los brazos contorsionados de tal forma
que sus hombros han estado soportando todo el peso de su cuerpo. Los siente
arder con cada ligero movimiento, pero está aún lo suficientemente aturdida
para no caer en la cuenta de que ése es el menor de sus problemas.
Un grito desgarrador termina por espabilarla y devolverla a
la realidad; cuando dirige su vista hacia el lugar del que proviene, se
encuentra con que es Cyra quien ha proferido tan espeluznante alarido. Varios
hombres están alrededor de la joven que, atada, protesta, patalea y les lanza
todo tipo de improperios. A pesar de la distancia y de que los hombres se
interponen en varias ocasiones entre ella y Cyra, logra ver cómo la joven del
desierto sangra profusamente por el brazo derecho, mas cuando logra fijarse con
más detenimiento, descubre con horror que le falta la mano y parte del
antebrazo. Además, un reguero de sangre asoma entre sus desnudas piernas.
Los hombres se ríen fanfarronamente de los insultos y maldiciones
que les lanza la tullida muchacha.
Por fin recuerda todo lo acontecido: cómo en mitad de la
noche unos intrusos las atacaron y las secuestraron, a ella, a Cyra y a Alika.
“Alika”, piensa, cayendo en la cuenta de que no sabe nada de ella. Busca con
ansia por todo su alrededor y en un árbol cercano localiza una silueta de
mujer, también atada como ella. Sin embargo, y a pesar de que una densa mata de
pelo recubre parte de su cuerpo, logra acertar a ver que la piel de la apresada
no es oscura como lo sería la piel de Alika.
Con la duda de quién es la mujer que cuelga del árbol
inconsciente, oye un gimoteo que proviene de detrás suya.
-¿Alika? –susurra para no llamar la atención de sus
captores.
El llanto cesa unos instantes, lo justo para que en un tenue
hilo de voz, responda afirmativamente.
-¿Estáis bien?, ¿qué os han hecho? –pregunta con
nerviosismo, pero los llantos resuenan de nuevo, renovados gracias a la
intervención de Kayra. Imaginándose el mal que le han podido causar, intenta
calmarla y sacar en claro ciertas cosas-. Tranquilizaos, todo saldrá bien. Se
darán cuenta de que hemos desaparecido y nos encontraran a tiempo. Estoy
convencida –aunque le cuesta creer sus propias palabras-. ¿Sabéis dónde podemos
estar?, ¿o habéis oído algo sobre lo que quieren de nosotras?
Alika niega las dos veces entre sorbos y gimoteos. Entonces
Kayra vuelve a recordar la presencia de esa mujer a la que no logra reconocer y
pregunta nuevamente:
-¿Quién es la otra mujer a la que han raptado?
Y por primera vez la voz ronca por los llantos de Alika
emite algo más que monosílabos.
-Es la hija del gobernador.